el cazurro ilustrado

29 septiembre 2010

Medio siglo.


El Emperador Augusto decía que llegados los hombres a  cincuenta años o por propia voluntad habían  de morir, o habría que matarlos a la fuerza; opinaba que los que han tenido alguna felicidad,  en esta edad llegaban a la cumbre y aquí terminaba; intuía que a partir de esta edad lo que les pasa a los hombres son enfermedades graves, muerte de los hijos, pérdidas de hacienda, inoportunidades de yernos, entierro de amigos, mantenimiento de pleitos, pagar deudas,  suspirar por lo pasado, llorar lo presente, disimular injurias, oir lastimosas noticias  y tener otros infinitos trabajos.

 Cayo Cornelio Tácito, en los “ Anales” cuenta que Pompeyo se encontró  un pueblo bárbaro de los montes Rifeos (Urales) que  tenía la costumbre  de no querer vivir más de cincuenta años y cuando llegaban a esta edad  hacían grandes hogueras y se quemaban vivos en ellas; los hijos, parientes y amigos  hacían una gran fiesta, comiendo las carnes asadas del muerto;  hacían polvo los huesos  y  se los bebían mezclados con vino, haciendo que las  entrañas de los hijos fueran los sepulcros de los padres. 

Plutarco dice en el libro “De Exilio,” que los Tebanos tenían por  ley  que después de llegar  a los cincuenta años de edad, no osase nadie  acudir a médico para curarse  porque  pensaban  que aquella edad no era ya para vivir más , sino para prepararse cada uno a morir.

Cornelia,  madre de los Gracos, decía a sus hijos   que las personas cuerdas,  de cincuenta años arriba habían de ocupar más sus pensamientos en como recibir la muerte  que no en  buscar  recetas  para  alargar la vida. 

Un  sabio de los Garamantes, antiguo pueblo del norte de África, que se enfrentó a Alejandro Magno, le recordaba  a éste las leyes por  las que se regía su pueblo, remarcando una ley que ordenaba  que ninguna mujer  viviera más de cuarenta años  ni ningún hombre más de cincuenta y si  con esa edad  no morían de muerte natural eran sacrificados a los dioses, porque, decía, gran ocasión es  a los hombres viciosos  pensar que han  de vivir muchos años.

Ya un poco más acá Schopenhauer dijo:  “Al paso que la primera mitad de la vida no es  más que una infatigable aspiración hacia la felicidad, la segunda mitad, por el contrario, está dominada por un doloroso sentimiento de temor, porque entonces se acaba por darse cuenta más o menos clara de que toda felicidad no es más que una quimera, y sólo el sufrimiento es real”.

Y ¿para qué os  cuento todo esto?:  Pues para deciros que hoy llego al medio siglo de vida y ni Augusto tenía razón, ni los Garamantes atinaron, ni los tebanos andaban acertados, ni Cornelia aconsejaba bien a sus hijos, ni los bárbaros de Pompeyo obraron cuerdamente; también erró Shopenhauer, porque ni la primera mitad de la vida la he pasado buscando la felicidad, ni me voy a pasar el resto con sentimientos de temor y, además, he aprendido a no tomármela demasiado en serio, pues no saldré vivo de ella.

27 septiembre 2010

¿Está Dios en todas partes?


Acabados los  oficios religiosos de aquella semana santa, después de colgar una cruz en la pared de la Iglesia  con las palabras “Santa Misión” y antes de partir hacia el convento, decidió  el fraile de los posts anteriores,  sondear las inteligencias de la rapacería con el fin de  averiguar si alguna de  aquellas  almas  era aprovechable para ingresar en la congregación e ir cultivando la cantera vocacional.
Se dirigió a la escuela, habló con la maestra y  fue mirando los cuadernos  de cada uno de los posibles candidatos (todos ellos de nueve años).  A uno que la maestra  tenía por  el más espabilado de la clase, le hizo el fraile una pregunta teológica con la intención de probar su ingenio y sus creencias religiosas: - ¿Crees que Dios está en todas partes?. Inmediatamente respondió el alumno aventajado  que  así lo creía y que así sería  mientras no se  demostrara lo contrario. Para darle la oportunidad de que matizara más su respuesta y que, incluso, tuviera ocasión para  el lucimiento, preguntó de nuevo el religioso: -Entonces ¿Dios está también en el patio de tu casa?.  –No señor fraile, en el patio de mi casa no- contestó sin dudar el alumno. Está afirmación, cercana a la herejía,   puso en guardia al monje que  replicó sin piedad: -Pero no has afirmado antes que Dios está  en todas partes.  –Si claro, pero ha de saber, si no lo sabe, que  mi casa no tiene  patio. Supo entonces  el fraile que a poco que  cultivara la inteligencia de aquel niño, probablemente  llegaría  a ser canónigo u obispo. Y ofertó a sus padres la entrada del menor en el Seminario que la congregación tenía en la capital.

25 septiembre 2010

Acceso a la inmortalidad.


 Ingresaron a un poeta en la sexta planta de un hospital psiquiátrico donde estaba   la unidad  de agudos; después de varios días tomando ingentes cantidades de inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, su comportamiento se normalizó y pudo recibir visitas. Fue a verle un psicólogo amigo suyo y ambos pasearon por los amplios pasillos del hospital, mostrando en  toda la conversación el paciente  un ajustado contacto con la  realidad. Llegaron a una ventana que estaba  abierta y  el paciente cogió de la mano al psicólogo y le dijo: - amigo mío ha llegado la  hora de inmortalizarnos, saltemos de aquí abajo.
El psicólogo le dijo: - eso lo hace cualquiera, si quieres que nos inmortalicemos, hagamos algo que nadie ha sido capaz de hacer hasta la fecha; bajemos  a la  calle  y demos un salto hasta aquí arriba. El poeta aceptó la propuesta. Desde entonces  tiene dos ideas fijas: la primera, pasar a la posteridad como émulo de Rilke, Rimbaud o Baudelaire y en la recámara, la segunda por si no fuera posible la primera: inmortalizarse saltando desde el suelo hasta el sexto piso.  Y es que en la vida  hay que tener  dos velas encendidas, una a Dios y otra al diablo, para no tener que depender  de los inhibidores selectivos de la recaptación  de cualquier neurotransmisor, en el proceso de ir viviendo.

24 septiembre 2010

Las once mil vírgenes pintadas.


Hace ya  un tiempo que os conté la estrecha relación que  mantuvo el tío Juanín con las once mil vírgenes y cómo recitaba sus nombres  de memoria: Úrsula, Sencia, Gregoria, Pinnosa, Martha, Saula, Brítula, Saturnina, Rabacia, Saturia, Paladia, Cordola, Cunegonda, Cunera,  Odialia….. antes de acostarse y rezaba a  cada una la correspondiente jaculatoria. Un día se encontró con un pintor de santos y quiso que le pintase un cuadro con las once mil vírgenes. Ajustaron el precio,  acordando que el tío Juanín le daría un duro por cada virgen que representara. El pintor, para ganar los once mil duros y salir  con éxito de la complicada tarea a la que se había comprometido,  decidió pintar una iglesia  de la que iban saliendo las santas. Pintó unas cuantas en  primer plano, otras pocas detrás, otras más  atrás,  y algunas cabezas de las santas  asomando a la puerta de la iglesia. Cuando terminó la obra se la llevó a Juanín y éste le preguntó que cuánto le debía. La respuesta era obvia: once mil duros, tal y como habían estipulado. Contó Juanín las vírgenes, comprobando que no había más de  veinticuatro, incluyendo a las que  no se les veía más que un poco de la cabeza. Le pagó los  veinticuatro duros. El pintor  argumentó que las otras vírgenes estaban dentro de la iglesia. –Pues bien –dijo Juanín- toma este dinero, que el resto te lo iré pagando  a medida que vayan saliendo por la puerta.

21 septiembre 2010

El Sexto......


El fraile del que hablé en el post del 14 de septiembre, llegó al pueblo  y, una vez instalado en la casa Rectoral, fue a la Iglesia, donde tenía programado el primer sermón de aquella Semana Santa. Comenzó por   el sexto mandamiento; criticando con la mayor vehemencia a los que, olvidando sus deberes  e  ignorando la  cólera divina  y las consecuencias lamentables de tales actos, se dejan dominar por el feo vicio de la impureza. Citaba aquella visión del  profeta Jeremías  que había visto una olla hirviendo a borbotones, que ni dejaba de  espumar, ni paraba de hervir. Les decía que  aquella olla  era el vicio de la carne, que no cesa de tentarnos ni se harta de pecar, porque cuanto más se ejercita, tanto más despierta el apetito. Como epílogo, les dijo: - Y lo mas extraño es que lo mismo hacen los que tienen por mujeres a jóvenes hermosas y robustas, que ya se daría cualquiera de nosotros por muy contento si nos pertenecieran.

18 septiembre 2010

Atar las piedras y soltar los perros.


No hace mucho tiempo  que, aunque León fuese la capital de  reino, aún los perros andaban sueltos y las gallinas  picoteaban libres por las  calles. No existían ordenanzas que obligaran a  sus dueños a colocar chips,a vacunar o a recoger los excrementos que los animales dejaban  en el sitio  en que la necesidad  les obligaba. A la capital del reino debían acudir los aldeanos, no con mucha frecuencia,  para realizar  compras de algunos artículos  de difícil  consecución en las ferias y mercados  de la montaña;  así, un día de septiembre se vio en la necesidad de bajar a León  un campesino para comprar en  “la casa del labrador” un cencerro de gran tamaño para el carnero  guía de sus rebaños. Montó en el burro a las seis de la  mañana y a las nueve  ya estaba en la estación de La vecilla,  donde cogió el tren que le condujo a León. Llegó,  sin incidencias, a  las doce. Callejeó hasta llegar a  la plaza del grano. De pronto,  una jauría de perros  vino sobre él, estaban demasiado cerca como para ponerse a salvo a la carrera y decidió coger una piedra del suelo para  defenderse, pero por mucho que lo intentó, no fue capaz de arrancarla de empedrado. Entonces, muy enfadado con el alcalde, responsable de aquella obra exclamó: - Maldita sea la ciudad en que sujetan a  las piedras y dejen libres a los perros.

14 septiembre 2010

Donde las dan......


Un año en que la  Semana santa cayó tan tarde  como va a caer en 2011, un Padre capuchino se dirigió al pueblo para decir los santos oficios, en aquellas  “santas misiones” que tanto soliviantaban  al personal.  Antes de llegar, vio a unos mozalbetes  que  estaban en una tierra  destripando los terrones  que  había dejado el arado de hierro. El fraile, con ganas de conversación, le preguntó al que estaba más cerca: -chaval, ¿a dónde va este camino?. Y el  muchacho, harto de la tarea ( y de los oficios),  le respondió: -Ese camino no va, ¿ no ve que está quieto?.  Mal le pareció  al religioso la respuesta, pero hizo de tripas corazón y volvió a preguntar: ¿Cómo te llamas, muchacho?. – Yo no me llamo, sino que me llaman, respondió el chico. A disgusto con las respuestas que estaba obteniendo, en un intento de que la conversación llegara a buen fin, dijo el fraile: -¿y cómo te llaman?.  –Depende –dijo el rapaz- cuando estoy cerca en  tono bajo y a voces cuando estoy lejos. Aparentando normalidad, pero con  gran enfado, siguió el  Padre: -¿Qué estáis haciendo?. El muchacho respondió: -No estamos haciendo, estamos deshaciendo, como usted puede comprobar. Esta respuesta colmó la paciencia del cura, que se dio media vuelta diciendo: -Quedad con Dios, hijos de un cabrón. A lo que el muchacho, con una media sonrisa, contestó: - Vaya usted con Dios, Padre nuestro.

10 septiembre 2010

El aprendizaje y sus consecuencias.



Movido por su gran ingenio  y motivado por la escasez , a un tratante de burros, de los que suministraban tan  preciada mercancía a los pueblos de la montaña, se le ocurrió la gloriosa idea de enseñar a un burro a no comer, anticipando grandes beneficios de tal aprendizaje.  Después de un concienzudo examen, decidió poner en práctica su idea. Metió al animal en la cuadra, lo aisló de todo contacto con sus iguales y no le dio ningún alimento, ni siquiera agua. Lo visitaba cada día  para comprobar lo que iba aprendiendo.  Los cinco primeros días vio que el burro  asimilaba sin mayores problemas  la lección de no comer; pero el sexto día, cuando llegó el tratante a la cuadra, lo encontró tendido en el suelo, sin pulso y tieso como una vara de avellano. La visión del cadáver le produjo un verdadero pesar y exclamó: ¡Qué lástima, haberse muerto  ahora que ya iba aprendiendo a no comer!. Y es que cuando no se programan bien los objetivos en el proceso de enseñanza-aprendizaje, las consecuencias  suelen ser  nefastas para los aprendices.

08 septiembre 2010

¿Censura?.



En alguna de las oscuras  épocas pasadas de nuestra historia, en las que ya  era costumbre  denegar  derechos y vetar libertades, fueron  prohibidas por la censura eclesiástica la obra de Voltaire, titulada “La doncella”, un poema épico burlesco en  el que se reía  del mito más arraigado en la Francia de su época, Juana de Arco,  y la de Helvecio, “El talento” en la que  el autor mantenía que  el talento no es más que un conjunto de ideas nuevas que carecen de la extensión e importancia necesarias para merecer el nombre de genio. Se comunicó la decisión a  las autoridades de todos los pueblos para que recogiesen y neutralizasen  todos los ejemplares que en ellos fuesen hallados. Como consecuencia, el alcalde de un pueblo de esta montaña  contestó:  “Conforme a la orden recibida, he practicado el más escrupuloso reconocimiento, y no he encontrado  en todo el pueblo ni doncellas, ni talentos.” Y es que en ser diligentes, cumplidores y obedientes con la normativa, no gana nadie  a las autoridades de la montaña.

03 septiembre 2010

Socialización y aprendizaje.



En casi todas las épocas, en casi  todas las culturas y en casi todos los países, los niños, una vez adquiridas ciertas habilidades de autonomía,  se socializaban en la calle; allí aprendían lo útil y lo inútil, lo sublime y lo perverso, la defensa y el ataque, la bondad y la maldad, a aparecer y a desaparecer; aprendían  imitando a los adultos y de las consecuencias que éstos ponían a sus acciones, por lo que la tarea educativa era más comunitaria de lo que es ahora,  ya que existían más probabilidades de  que cualquier adulto corrigiera un mal acto de un menor o que le reforzara uno correcto. Esto fue lo que  ocurrió en la Atenas clásica: Diógenes el cínico (412 a.c.-323 a.c.), vio al hijo de una ramera que estaba tirando piedras contra todos los hombres que pasaban, se le acercó y  dando un precioso modelo de calma y tranquilidad le dijo: “detente, mira que puedes apedrear a tu padre”.  Y es que el consejo a tiempo de un hombre sabio es más educativo que  todas las acciones precipitadas o a destiempo.