el cazurro ilustrado

30 octubre 2005

Inconvenientes de la vida en la ciudad



En la ciudad es la virtud muy trabajosa de alcanzar y muy peligrosa de conservar, porque allí la humildad peligra entre las honras; la paciencia, entre las injurias; la abstinencia, entre los manjares; la castidad, entre las damas; la quietud, entre los negocios; la caridad, entre los enemistados; la paz, entre los emuladores; la solicitud de limosna, entre los vagabundos; el silencio, entre los chocarreros; y el seso, entre los locos.
En la ciudad ninguno vive contento y no hay quien no diga que está agraviado, porque se queja del político que no le hace favores, del émulo que se lo estorba, del pariente que no le ayuda, del amigo que no le habla, del presidente que no le despacha, del portero que no le abre, del tesorero que no le paga y del banquero porque le ejecuta.
En la ciudad, si reciben una llamada que da placer, se reciben otras veinte que dan pesar; si de los amigos, que los olvida; si de los parientes, que los socorra; si de los empleados, que le ponen pleito; si de los renteros, que no le pagan; si del procurador, que le envíe dinero; si de su amigo, que es un desconocido.
En la ciudad muchas cosas hace un ciudadano por necesidad que no las haría en su tierra por propia voluntad. Come con quien no le ama, habla a quien no conoce, sirve a quien no se lo agradece, sigue a quien no le honra, defiende a quien no le ayuda, presta a quien no le paga, comunica con quien no le es grato, disimula con quien le injuria, honra a quien le difama y se fía de quien le engaña.
En la ciudad a ninguno le conviene vivir con esperanza que otros le han de ayudar. Si vienen mal dadas, ninguno le socorre; si cae enfermo, nadie le visita; si allí se muere, todos le olvidan; si anda pensativo, nadie le consuela; si es virtuoso, pocos le alaban; si es osado, todos le acusan; si es descuidado, nadie le avisa; si es rico, todos le piden; si está empeñado, nadie le presta.
En la ciudad no hay cosa más rara de hallar y más cara de comprar que la verdad. En la ciudad, de tres géneros de gentes hay mucha abundancia, a saber: quien se atreve a murmurar, quien sabe lisonjear y quien osa mentir. Al político le engañan los lisonjeros; a los autónomos, los negociantes; a los ricos, los truhanes; a los mozos, las mujeres; a los viejos, la codicia; a los prelados, los parientes; a los curass, la avaricia; a los presuntuosos, la ambición; a los maliciosos, la pasión; a los agudos, la afección; a los prudentes, la confianza; a los locos, la sospecha; y a todos juntos, la fortuna.
En la ciudad son infinitos los que pierden y muy pocos los que medran. Allí caen los favorecidos, allí se enzarzan las viudas, allí se difaman las casadas, allí se sueltan las mozas, allí se enmohecen los ingenios, allí se acobardan los esforzados, allí se olvidan los doctos, allí desatinan los cuerdos, allí se envejecen los mozos y allí se tornan locos los viejos.
A la ciudad ha llegado tanta la locura, que no llaman buen ciudadano sino al que está muy adeudado.
El ciudadano juega por no ser mezquino, murmura por no ser extremado, sirve a las damas por no ser frío, acompaña a otros por no ser solitario, da a truhanes porque no digan mal de él, contenta a las enamoradas porque no le descubran, y anda enmascarado por no ser singular.
Es necesario al que en ella vive, que como e está llena de pasiones y bandos, que él se enfade con unos y se apasione con otros, que siga a los amigos y persiga a los enemigos, que alabe a los suyos y meta mal contra los extraños, que avise a los que quiere bien y espíe a los que desea mal, que gaste con los de su bando la hacienda y emplee contra los contrarios la vida, que loe a los de su parcialidad y oscurezca a los que quiere mal. Y todo esto lo ha de hacer por quien se lo tendrá en poco y se lo agradecerá mucho menos.

25 octubre 2005

Ventajas de la vida en el pueblo


No pequeña sino grande era su libertad. Si uno no quería traer chaqueta, traía jersey; si no queria traer capa, andaba en cuerpo; si le acongojaba la ropa, aflojaba las correas; si hacia calor, andaba sin gorra; si hacía frío, se vestía un zamarro; si llovía mucho, se vestía un capote; si le pesaba el sayo, andaba en calzas y jubón; si había lodos, se calzaba unos zancos; y si había algún arroyo, lo saltaba con un palo.
No les faltaba harina para cerner, artesa para amasar y horno para cocer. Comían el pan de trigo candeal, molido en buen molino, hecho muy despacio, pasado por tres cedazos, cocido en horno grande, tierno del día antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como esponja. Amasaban en su casa.
Hacían más ejercicio y tenían más en que embeber el tiempo. Cada uno se podía poner libremente a la ventana, mirar desde el corredor, pasearse por la calle, sentarse a la puerta, pedir silla en la plaza, comer en el portal, andarse por las eras, irse hasta la huerta, beber de bruces en el caño, mirar cómo bailaban las mozas, dejarse convidar en las bodas, hacer colación en los mortuorios, ser padrino en los bateos y aun probar el vino de sus vecinos.
Vivían más sanos y mucho menos enfermos; eran más sinceros; el aire es más limpio; el sol más claro; el suelo más enjuto; la plaza más desembarazada; la horca menos poblada; la república más sin rencilla; el mantenimiento más sano; el ejercicio más continuo; la compañía más segura; la fiesta más festejada y sobre todo los cuidados muy menores y los pasatiempos mucho mayores.
No tenían médicos mozos, ni enfermedades viejas, no portaban bubas, no se pegaba sarna, no sabían qué cosa es cáncer, nunca oyeron decir pleuresía, no tenía allí parientes la gota, no había confrades de riñones, no moraban allí las opilaciones, no se criaba allí bazo, nunca allí se calentaba el hígado, a nadie tomaban desmayos y ninguno moría de ahítos.
Tenían leña para su casa, nunca faltaba roble, encina, astillas de cuando labraban, ramas de cuando podaban, árboles que se secaban o ramos que se derronchaban. Cuando se veían en necesidad, se ponían a quemar zarzas, a rozar tomillos, a remudar estacas, a partir rozas, a arrancar escobas, a cortar retama, a secar estiércol, a traer cardos y aun a buscar boñigas.
Cada uno estaba proveído de la hierba y paja necesaria para su casa.
Comían al fuego si era invierno, en el portal si era verano, en la huerta si había convidados, bajo el árbol si hacía calor, en el prado si era primavera, en la fuente si era Pascua, en las eras si trillaban, a solas si traían luto, acompañados si era fiesta, de mañana si iban de camino, todo cocido si no tenían dientes, todo asado si querían arreciar, a la tarde si no tenían ganas, o muy temprano si tenían apetito. Tres condiciones había de tener la buena comida, a saber: comer cuando tenían gana, comer de lo que tenían gana, comer con grata compañía; y al que faltasen estas condiciones, maldecía lo que comía y aun a sí mismo que lo comía.
Tenían sus pasatiempos en pescar con vara, armar pájaros, echar buitrones, cazar con hurón, tirar con arco, ballestear palomas, correr liebres, pescar con redes, adobar las bardas, catar las colmenas, departir con las viejas, hacer cuenta con el tabernero, porfiar con el cura y preguntar nuevas al mesonero.
Hacían después de misa concejo, mataban para los enfermos carnero, vestían los sayos de fiesta, ofrecían aquel día todos, jugaban a la tarde a los bolos, tocaban en la plaza el tamborino, bailaban las mozas bajo el álamo, luchaban los mozos en el prado, andaban los muchachos con cayados.
Tenían cabritos para comer, ovejas para cecinar, cabras para parir, cabrones para matar, bueyes para arar, vacas para vender, carneros para añejar, puercos para salar, lanas para vestir, yeguas para criar, muletas para imponer, leche para comer, quesos para guardar; finalmente, tenían potros cerriles que vender en la feria y terneras gruesas que matar en las Pascuas.
A pared y media de su casa hallaban esposos para sus hijas y mujeres para sus hijos. Los casaba en su casa, se regañaba con sus nueras, se honraba con sus yernos, se acompañaba con sus suegros, se convidaba a las Pascuas, les compraba algo en las ferias, se burlaba con los nietos, daba aguinaldo a las nietas, mejoraba a la hija más querida y regalaba a la nuera que tenía en casa.
No tenían mucha soledad ni enojosa importunidad.
Sus pasatiempos eran oír balar las ovejas, mugir las vacas, cantar los pájaros, graznar los ansares, gruñir los cochinos, relinchar las yeguas, bramar los toros, correr los becerricos, saltar los corderos, empinarse los cabritos, cacarear las gallinas, encrestarse los gallos, hacer la rueda los pavos, mamar las terneras, abatirse los milanos, apedrearse los muchachos, hacer pucheros los niños y pedir blancas los nietos.
Eran más virtuosos y menos viciosos. No había estados de que tener envidia, no había cambios para dar a usura, no había botillería para pecar en la gula, no había dineros para ahuchar, no había damas para servir, no había bandos con quien competir, no había cortesanas a quien requerir, no había justas para las que vestirse, no había tableros a donde jugar, no había justicias a quien temer y lo que es mejor de todo, no había letrados que nos pelaran ni médicos que nos matasen.
Todos estos pasatiempos desean los ciudadanos y los gozan los aldeanos.

21 octubre 2005

L@s Montañes@s del Curueño


Desde tiempos que la memoria no alcanza a recordar y ni el entendimiento a descifrar viven de sus tierras, en sus casas y de sus haciendas; no tienen gastos extravagantes, sus mujeres no tienen celos, ni ellos sospechas de ellas, no los alteran las alcahuetas, no los visitan las enamoradas, sino que crían sus hijas, adoctrinan a sus hijos y son padres de todos.
Viven contentos; porque viven más quietos y menos importunados, viven en provecho suyo y no en daño de otro, viven como es obligado y no como es inclinado, viven conforme a razón y no según opinión, viven con lo que ganan y no con lo que roban, viven como quien teme morir y no como quien espera siempre vivir. No hay ventanas que sojuzguen su casa, no hay gente que les dé codazos, no hay coches que les atropellen, no hay justicias que les atemoricen, no hay señores que les precedan, no hay ruidos que les espanten, no hay alguaciles que les desarmen, y lo que es mejor de todo, que no hay truhanes que les cohechen ni aun damas que les pelen.

10 octubre 2005

La Historia se repite

¿Se repiten las historias?
Mag Castañón. “el cazurro ilustrado.
Preguntado el filósofo Alquimio por su amo, el rey Demetrio, en qué estaba el mayor trabajo de esta vida, respondió: «No hay cosa en que no haya trabajo, no hay cosa en que no haya zozobra, no hay cosa en que no haya sospecha, no hay cosa en que no haya peligro, ni hay cosa en que no haya congoja, y sobre todos es el mayor trabajo no tener el hombre en ninguna cosa contentamiento".
Plutarco, en el libro De exilio, cuenta del gran rey Tolomeo que, estando con él comiendo siete embajadores de siete reinos en Antioquía, hablaron entre ellos y él sobre cuál de sus repúblicas era la que tenía mejores costumbres y se gobernaba con mejores leyes. Los embajadores que allí estaban eran de los romanos, de los cartagineses, de los sículos, de los rodos, de los atenienses, de los lacedemones y de los siciomios, entre los cuales fue la cuestión delante del rey Tolomeo muy altercada, muy disputada y aun muy porfiada, porque cada uno alegaba su razón en defensión de su opinión. El buen rey Tolomeo, queriendo saber la verdad y con brevedad, mandó que cada embajador diese por escrito tres condiciones, o tres costumbres, o tres leyes, las mejores que hubiese en su reino, y por allí verían qué tierra era la mejor gobernada y que merecía ser más loada. El embajador de los romanos dijo:
«En la república romana son los templos muy acatados, los gobernadores muy obedecidos y los malos muy castigados.»
El embajador de los cartagineses dijo:
«En la república de Cartago, los nobles no dejan de pelear, los plebeyos no paran de trabajar y los filósofos no dejan de doctrinar.»
El embajador de los sículos dijo:
«En la república de los sículos hácese justicia, trátase verdad y précianse de igualdad.»
El embajador de los rodos dijo:
«En la república de los rodos son los viejos muy honestos, los mozos muy vergonzosos y las mujeres muy calladas.»
El embajador de los atenienses dijo:
«En la república de Atenas no consienten que los ricos sean parciales, ni los plebeyos estén ociosos, ni los que gobiernan sean necios.»
El embajador de los lacedemonios dijo:
«En la república de Lacedemonia no reina envidia porque son todos iguales, no reina avaricia porque todo es común, no reina ociosidad porque todos trabajan.»
El embajador de los siciomios dijo:
«En la república de los siciomios no admiten peregrinos que inventen cosas nuevas, ni médicos que maten a los sanos, ni oradores que defiendan los pleitos.»
Como el rey Tolomeo y los que con él estaban oyeron las leyes y costumbres que aquellos embajadores relataron haber en sus reinos y repúblicas, todas las aprobaron y todas las alabaron, jurando y perjurando que eran todas tan buenas, que no osarían determinarse cuáles de ellas eran mejores.

04 octubre 2005

El arte de amar

EL ARTE DE AMAR
Ovidio. Un resumen de mag castañon

Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; en seguida trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo.
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: «Tú sola me places.»
Así, tú, que corres tras una mujer que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas.
Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes, presto se ofrecerá a tu vista alguna virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus gracias, viéndote embarazado en la elección; y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre.
No dejes de asistir a las fiestas de Adonis, llorado por Venus, ni a las del sábado que celebran los judíos de Siria, ni pases de largo por el templo de Menfis que se alzó a la ternera vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas en lo que ella fué para Jove. Pero donde has de tender tus lazos sobre todo es en el teatro, lugar muy favorable a la consecución de tus deseos. Allí encontrarás más de una a quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien puedes tocar, y por último poseerla.
Más que a ver las obras representadas, vienen a ser objeto de la pública expectación, y el sitio ofrece mil peligros al pudor inocente.
Si alguna se resiste tenaz la coges en brazos, y estrechándola contra el ávido seno, la consuelas con tales palabras: «¿Por qué enturbias con el llanto tus lindos ojos? Lo que tu padre es para tu madre, eso seré yo para ti.»
No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne público innumerable, ofrece grandes incentivos.
Allí no te verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos, ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento de tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado.
Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación, y que tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale a quién pertenecen los caballos que van a correr, y sin vacilación toma el partido de aquel, sea el que fuere, que merezca su favor. Si por acaso el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto le desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con su consentimiento podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna.
La menor distinción cautiva a un ánimo ligero.
Las mesas de los festines brindan suma facilidad para introducirse en el ánimo de las bellas, y proporcionan además de los vinos otras delicias. Allí, con frecuencia, el Amor de purpúreas mejillas sujeta con sus tiernos brazos la altiva cabeza de Baco; cuando el vino llega a empapar las alas de Cupido, éste queda inmóvil y como encadenado en su puesto; mas en seguida el dios sacude las húmedas alas, y entonces, ¡desgraciado del corazón que baña en su rocío! El vino predispone los ánimos a inflamarse enardecidos, ahuyenta la tristeza y la disipa con frecuentes libaciones. Entonces reina la alegría; el pobre, entonces, se cree poderoso, y entonces el dolor y los tristes cuidados desaparecen de su rugosa frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad bien rara en nuestro siglo, porque el dios es enemigo de la reserva. Allí, muy a menudo, las jóvenes dominan al albedrío de los mancebos: Venus, en los festines, es el fuego dentro del fuego.
No creas demasiado en la luz engañosa de las lámparas; la noche y el vino extravían el juicio sobre la belleza. La noche oculta las macas, disimula los defectos, y entre las sombras cualquiera nos parece hermosa. Examina a la luz del día los brillantes, los trajes de púrpura, la frescura de la tez y las gracias del cuerpo.
Primeramente has de abrigar la certeza de que todas pueden ser conquistadas, y las conquistarás preparando astuto las redes. Antes cesarán de cantar los pájaros en primavera, en estío las cigarras y el perro del Ménalo huirá asustado de la liebre, antes que una joven rechace las solícitas pretensiones de su amador: hasta aquella que juzgues más difícil se rendirá a la postre.
Conviene a los varones no precipitarse en el ruego, y que la mujer, ya de antemano vencida, haga el papel de suplicante.
Ánimo, y no dudes que saldrás vencedor en todos los combates; entre mil apenas hallarás una que te resista; las que conceden y las que niegan se regocijan lo mismo al ser rogadas, y dado que te equivoques, la repulsa no te traerá ningún peligro. ¿Mas cómo te has de engañar teniendo las nuevas voluptuosidades tantos atractivos? Los bienes ajenos nos parecen mayores que los propios; las espigas son siempre más fértiles en los sembrados que no nos pertenecen y el rebaño del vecino se multiplica con portentosa fecundidad.
Ante todo haz por conocer a la criada de la joven que intentas seducir, para que te facilite el primer acceso, y averigua si obtiene la confianza de su señora y es la confidente de sus secretos placeres; inclínala en tu favor con las promesas y ablándala con los ruegos; como ella quiera, conseguirás fácilmente tus deseos.
Si la criada que recibe y vuelve los billetes te cautiva por su gracia tanto como por los buenos servicios, apresura la posesión de la señora y siga la de la criada; mas no comiences nunca por la. conquista de la última.
Aunque lo evites con cautela, te sonsacará algo; la mujer tiene mil medios para apoderarse del caudal de su apasionado amante.
Las mujeres piden muchas cosas en calidad de préstamo, y así que las reciben se niegan a la devolución. Sales perdiendo y nunca se tiene en cuenta tu sacrificio.
Con el tiempo los toros rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo el potro fogoso aprende a soportar el freno que reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con el uso continuo y la punta de la reja se embota a fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué más duro que la roca y más leve que la onda? Con todo, las aguas socavan las duras peñas. Persiste, y vencerás con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió muchos años, pero al fin cayó vencida.
Tal vez recibas una triste contestación, rogándote que ceses de solicitarla; ella teme lo que te ruega y desea que sigas en las instancias que te prohíbe. No te descorazones, prosigue, y bien pronto verás satisfechos tus votos.
Si se dirige al espacioso pórtico, debes acompañarla en su paseo, y ora has de precederla, ora seguirla de lejos, ya andar de prisa, ya caminar con lentitud. No tengas reparo en escurrirte entre la turba y pasar de una columna a otra para llegar a su lado. Cuida que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza en el teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo; allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás, tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas.
Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel del amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre.
Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío.
Así, cuando asistieres a un festín en que abunden los dones de Baco, si una muchacha que te atrae se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este padre de la alegría, cuyos misterios se celebran por la noche, que los vapores del vino no lleguen a trastornar tu cabeza. Allí te será permitido dirigir a tu bella insinuantes discursos con palabras veladas que no escaparán a su perspicacia y se los aplicará a sí misma; escribe en la mesa con gotas de vino dulcísimas ternuras, en las que tu amiga adivine tu pasión avasalladora, y clava en los suyos tus ojos respirando fuego: un semblante mudo habla a las veces con singular elocuencia. Arrebata presuroso de su mano el vaso que rozó con los labios, y bebe por el mismo lado que ella bebió.
Coge cualquiera manjar que hayan tocado sus dedos, y aprovecha la ocasión para que tu mano tropiece con la suya; ingéniate, asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os será muy útil a los dos el tenerlo por amigo.
Con el falso nombre de amigo se burla multitud de veces sin riesgo a un marido, y aunque el hecho quede casi siempre impune, no deja de ser un crimen.
Quiero darte la medida a que te atengas en el beber: es aquella que no impide al seso ni a los pies cumplir con su oficio. Evita, en primer término, las reyertas que provoca el vino, y los puños demasiado prontos a repartir golpes. Euritión murió por haber bebido desatinadamente. Entre el vino y los manjares sólo ha de reinar la alegría. Si tienes buena voz, canta; si tus brazos son flexibles, baila, y no descuides, si las tienes, revelar aquellas dotes que favorecen la seducción. La embriaguez verdadera perjudica, y cuando es fingida puede ser útil.
Cuando las mesas se levantan y los convidados se retiran, aprovecha las circunstancias del lugar y la confusión de la multitud para aproximarte a ella; mézclate entre la turba, colócate sin sentir a su lado, pásale el brazo por el talle y toca su pie con el tuyo.
Esta es la ocasión de abordarla; lejos de ti el agreste pudor; Venus y la Fortuna alientan siempre a los audaces.
Tienes que representar el papel de un amante y tus palabras han de quemar como el fuego que te devora; te serán lícitos todos los argumentos para persuadirla de tu pasión y serás creído sin dificultad. Cualquiera se juzga digna de ser amada y aun la más fea da gran valor a sus atractivos; mil veces el que simula el amor acaba por sentirlo de veras y termina por ser lo que al principio fingía.
Prodiga sin vacilación tus alabanzas a la belleza de su rostro, a la profusión de sus cabellos, a sus finos dedos y su pie diminuto; la mujer más casta se deleita cuando oye el elogio de su hermosura, y aun las vírgenes inocentes dedican largas horas a realzar sus encantos.
No seas tímido en prometer; las jóvenes claudican por las promesas, y pon a los dioses que quieras como testigos de tu sinceridad. Júpiter desde lo alto se ríe de los perjurios de los amantes y dispone que los vientos de Eolia los sepulten en las
olas; por las aguas de Estigia solía jurar con engaño ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos los perjuros.
Si sois listos, engañad impunemente a las jóvenes; fuera de esto observaréis siempre la buena fe. Burlad a las que pretenden burlaros; casi todas son gente de poca confianza; caigan presas en los lazos que os tienden.
También son provechosas las lágrimas, capaces de ablandar al diamante: si te es posible, que vea húmedas tus mejillas, y si te faltan las lágrimas, porque no siempre acuden al tenor de nuestros deseos, restriégate los ojos con los dedos mojados.
¿Qué pretendiente listo no sabe ayudar con los besos las palabras sugestivas? Si te los niega, dáselos contra su voluntad; ella acaso resista al principio y te llame malvado; pero aunque resista, desea caer vencida.
La estupidez y no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la has poseído con violencia, no te importe; esta violencia gusta a las mujeres: quieren que se les arranque por fuerza lo que desean conceder.
Si la mujer por un sentimiento de pudor no revela la primera su intención, se conforma a gusto con que el hombre inicie el ataque. Excesiva confianza pone en las gracias de su persona el mancebo que espera que la mujer se anticipe al ruego.
Mas si ves que tus rendimientos sólo sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensión y vuelve atrás los pasos. Muchas suspiran por el placer que huye y aborrecen al que se les brinda; insta con menos fervor y dejarás de parecerle importuno. No siempre han de delatar tus agasajos la esperanza del triunfo; en ocasiones conviene que el amor se insinúe disfrazado con el nombre de amistad. He visto más de una mujer intratable sucumbir a esta prueba, y al que antes era su amigo convertirse por fin en su amante.
Como son tan varios los temperamentos de la mujer, hay mil diversas maneras de dominarla. No todas las tierras producen los mismos frutos: la una conviene a las vides, la otra a los olivos, la de más allá a los cereales. Las disposiciones del ánimo varían tanto como los rasgos fisonómicos; el que sabe vivir se acomoda a la variedad de los caracteres, y como Proteo, ya se convierte en un arroyo, fugitivo, ya en un león, un árbol o un cerdoso jabalí. Unos peces se cogen con el dardo, otros con el anzuelo, y los más yacen cautivos en las redes que les tiende el pescador. No uses el mismo estilo con mujeres de diferentes edades: la cierva cargada de años ve desde lejos los lazos peligrosos.
Si pareces muy avisado a las novicias y atrevido a las gazmoñas, unas y otras desconfiarán de ti, poniéndose a la defensiva.
Las desgracias avivan a menudo el ingenio.
De nada aprovecha a las jóvenes tomar filtros amorosos, que turban la razón y excitan el furor. Rechaza los artificios culpables; si quieres ser amado, sé amable; la belleza del rostro ni la apostura arrogante, bastan a asegurar el triunfo.
La belleza es don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia duración la aniquila. No siempre florecen las violetas y los lirios abiertos, y en el tallo donde se irguió la rosa quedan las punzantes espinas. Lindo joven, un día blanquearán las canas tus cabellos, y las arrugas surcarán tus frescas mejillas. Eleva tu ánimo, si quieres resistir los estragos del tiempo y conservar la belleza: es el único compañero fiel hasta el último suspiro. Aplícate al cultivo de las bellas artes y al estudio de las dos lenguas. Ulises no era hermoso, pero sí elocuente, y dos divinidades marinas sufrieron por él angustias mortales.
Seas quien seas, pon una débil confianza en el prestigio de tu lindo semblante y adórnate con prendas superiores a las del cuerpo. Una afectuosa complacencia gana del todo los corazones, y la rudeza engendra odios y guerras enconadas. Aborrecemos al buitre, que vive siempre sobre las armas, y a los lobos, siempre dispuestos a lanzarse sobre el tímido rebaño, mientras todos respetan a la golondrina, y la paloma Chaonia habita las torres que levantó la industria humana.
Lejos de vosotros las querellas y expresiones ofensivas; el tierno amor se alimenta de dulces palabras. Con las reyertas, la esposa aleja de sí al marido, y el marido a la mujer; obrando así creen devolverse sus mutuos agravios; esto conviene a las casadas: las riñas son el dote del matrimonio; mas en los oídos de una amiga sólo han de sonar veces lisonjeras.
Si fuese dura y un tanto esquiva a tus pretensiones, paciencia y ánimo: con el tiempo se ablandará. La rama del árbol se encorva fácilmente si la doblas poco a poco, y se rompe si la tuerces poniendo a contribución todo tu vigor. Cede a la que te resista; cediendo cantarás victoria. Arréglate de manera que hagas las imposiciones de su albedrío. ¿Reprueba ella una cosa?; repruébala tú y alábala si la alaba; lo que diga, repítelo, y niega aquello que niegue, ríete si se ríe, si llora haz saltar las lágrimas de tus ojos, y que tu semblante sea una fiel copia del suyo. Si juega, revolviendo los dados de marfil, juega tú con torpeza, y en seguida pásale la mano; si te recreas con las tabas, evítale el disgusto de perder ¿Te da una cita en cualquiera otro lugar? Olvida todos los quehaceres, corre apresurado, y que la turba de transeúntes no logre embarazar tus pasos. Si volviendo a casa de noche después de un festín llama a su esclavo, ofrécele tus servicios, y si estás en el campo y te escribe «ven en seguida», el amor odia la lentitud, a falta de coche emprende a pie la caminata, y que no te retrase ni el tiempo duro, ni la ardiente Canícula, ni la vía cubierta con un manto de nieve.
El amor, como la milicia, rechaza a los pusilánimes y los tímidos que no saben defender sus banderas.
Si en su casa te niegan un acceso fácil y seguro y se te opone la puerta asegurada con el cerrojo, resbálate sin miedo por el lecho o introdúcete furtivamente por la alta ventana. Se alegrará cuando sepa el peligro que corriste por ella, y en tu audacia verá la prenda más segura del amor.
Conforme a tus medios de fortuna, haz algún regalillo de poco coste al que te lo pida, y lo mismo a las sirvientas en el aniversario de aquel día en que disfrazadas de matronas burlaron y exterminaron la hueste de los galos. Créeme, cáptate el favor de la plebe menuda y no te olvides del portero ni del guardián de su dormitorio.
Sin embargo, hay un corto número de mujeres instruidas y otras que no lo son y
quieren parecerlo; a éstas y aquéllas encómialas en tus versos, y buenos o malos, al leerlos, dales relieve con el primor del recitado; doctas e ignorantes acaso consideren corno un pequeño regalo los cantos compuestos en su alabanza.
Si tienes verdadero empeño en conservar tus relaciones, persuádela que estás hechizado por su hermosura.
¿Se cubre con el manto de Tiro?; alabas la púrpura de Tiro, ¿Viste los finos tejidos de Cos?; afirma que las telas de Cos le sientan a maravilla. ¿Se adorna con franjas de oro?; asegúrale que sus formas tienen más precio que el rico metal. Si se defiende con el abrigo de paño recio, aplaude su determinación; si con una túnica ligera, dile que encienda tus deseos, y con tímida voz ruégale que se precava del frío. ¿Divide el peinado sus cabellos?; alégrente por lo bien dispuestos. ¿Los tuerce en rizos con el hierro?; pondera sus graciosos rizos.
Admira sus brazos en la danza, su voz cuando cante, y así que termine, duélete de que haya acabado tan pronto.
Que se acostumbre a tratarte, tiene gran poder el hábito, y no rehuyas penas o tedios por ganarte su voluntad. Que te vea y escuche a todas horas, y que noche y
día estés presente a su imaginación. Cuando abrigues la absoluta confianza de que sólo piensa en ti, emprendes un viaje, para que tu ausencia la llene de inquietud: déjala que descanse; en los barbechos fructifican abundantes las semillas, y la árida tierra absorbe con avidez el agua de las nubes.
Mas ni el feroz jabalí, cuando colérico lanza a rodar por el suelo los perros con sus colmillos fulminantes, ni la leona cuando ofrece las ubres a sus pequeñuelos cachorros, ni la violenta víbora que aplasta el pie del viajero inadvertido, son tan crueles como la mujer que sorprende una rival en el tálamo del esposo: la rabia del alma se pinta en su faz, el hierro, la llama, todo sirve a su venganza, y depuesto el decoro, se transforma en una Bacante atormentada por el dios de Aonia. Diviértete, pero cubre con un velo los hurtos que cometas, y nunca te vanaglories de tus felices conquistas. No hagas a la una regalos que la otra pueda reconocer, y cambia de continuo las horas de tus citas amorosas, y para que no te sorprenda la más suspicaz en algún escondite que le sea conocido, no te reúnas con la otra a menudo en el mismo lugar.
Si a pesar de las precauciones, tus furtivas aventuras llegan un día a traslucirse, aunque sean más claras que la luz, niégalas rotundamente, y no te muestres ni más sumiso ni más amable de lo que acostumbras: estas mudanzas son señales de un ánimo culpable; pero no economices tu vigor hasta dejarla satisfecha: la paz se conquista a tal precio, y así desarmarás la cólera de Venus.
La voluptuosidad se dice que dulcificó los instintos feroces, el varón y la hembra, reunidos en el mismo lugar, aprendieron lo que debían hacer sin necesidad de maestro, y Venus no tuvo que recurrir al arte para cumplir su grata misión.
El ave ama a su compañera que le llena de gozo, el pez solicita a su hembra en medio de las aguas, la cierva sigue al ciervo, la serpiente se une a la serpiente, la perra se entrega al adulterio con el perro, la oveja recibe los halagos del carnero del carnero, la vaca se regocija con el toro, la cabra aguanta al inmundo macho cabrío y las yeguas se agitan furiosas, y por juntarse a los potros recorren largas distancias y atraviesan a nado los ríos.
Aquel a quien la naturaleza dotó de hermosa cara, saque de ella partido; el que se distingue por el color de la piel, reclínese enseñando los hombros; el que agrada por su trato, evite la monotonía del silencio; cante el hábil cantor, beba el bebedor infatigable; pero el orador impertinente no interrumpa la conversación con sus discursos, ni el poeta vesánico se ponga a recitar sus ensayos.»
Si te dicen que ha salido fuera, aunque la veas andar por casa, cree que ha salido fuera y que tus ojos te engañan. Si te ha prometido una noche y encuentras la puerta cerrada, llévalo en paciencia y reclina tu cuerpo en el duro suelo.
Cuando se digne recibirte, apresúrate a complacerla; si se niega, retírate: un hombre discreto nunca es importuno.
Así, jóvenes, no queráis sorprender a vuestras amigas; consentid que os engañen y que os crean convencidos con sus buenas razones. Los amantes cogidos infraganti se quieren más desde que su suerte es igual, y el uno y el otro se aferran en seguir la conducta que los pierde.
Anda, pues, odioso guardián de una mujer, atranca las puertas y échales por más seguridad cien cerrojos. ¿De qué sirven tus precauciones si la calumnia se ensaña en la honra y el adúltero pregona lo que nunca ha existido? Nosotros en cambio hablarnos con reserva de nuestras conquistas verdaderas, y con un velo tupido encubrimos nuestros hurtos misteriosos. No reprochéis nunca los defectos de una joven; el haberlos disimulado fue a muchos de gran utilidad
Acostúmbrate a lo que te parezca mal, y lo conllevarás bien: el hábito suaviza muchas cosas y la pasión incipiente se alborota por una nonada.
Las deformidades del cuerpo desaparecen un día, y lo que notamos como defectuoso llega por fin a no serlo. Un olfato poco acostumbrado repugna el olor que despiden las pieles de toro, y a la larga concluye por soportarlo sin repugnancia.
Dulcifiquemos con los nombres las macas reconocidas: llamemos morena a la que tenga el cutis más negro que la pez de Iliria; si es bizca, digamos que se parece a Venus; si pelirroja, a Minerva; consideremos como esbelta a la que por su demacración más parece muerta que viva; si es menuda, di que es ligera; si grandota, alaba su exuberancia, y disfraza los defectos con los nombres de las buenas cualidades que a ellas se aproximan. No le preguntes los años que tiene o en qué consulado nació; deja estas investigaciones al rígido censor, máxime si se marchitó la flor de su juventud, si su mejor tiempo ha pasado y ya comienzan a blanquear las canas entre sus cabellos. Mancebos, esta edad u otra más adelantada cuadra a vuestros placeres, estos campos habéis de sembrar porque producen la mies en abundancia. Mientras los pocos años y las fuerzas os alientan, tolerad los trabajos, que pronto vendrá con tácitos pasos la caduca vejez.
Se ha de añadir que las mujeres de cierta edad son más duchas en sus tratos, tienen la experiencia que tanto ayuda a desarrollar el ingenio, saben, con los afeites, encubrir los estragos de los años y a fuerza de ardides borran las señales de la vejez. Te brindarán si quieres de cien modos distintos las delicias de Venus,
tanto que en ninguna pintura encuentres mayor variedad. En ellas surge el deseo sin que nadie lo provoque, y el varón y la hembra experimentan sensaciones iguales. Aborrezco los lazos en que el deleite no es recíproco: por eso no me conmueven los halagos de un adolescente; odio a la que se entrega por razón de la necesidad y en el momento del placer piensa indiferente en el huso y la lana. No agradezco los dones hijos de la obligación, y dispenso a mi amiga sus deberes con respecto a mi persona. Me complace oír los gritos que delatan sus intensos goces y que me detenga con ruegos para prolongar su voluptuosidad. Me siento dichoso si contemplo sus vencidos ojos que anubla la pasión y que languidece
y se niega tenaz a mis exigencias.
El colmo del placer se goza cuando dos amantes sucumben al mismo tiempo. Esta es la regla que te prescribo, si puedes disponer de espacio y el temor no te obliga a apresurar tus hurtos placenteros; mas si en la tardanza se oculta el peligro, conviene bogar a todo remo y hundir el acicate en los ijares del corcel.

PARA MUJERES

No era justo que las mujeres peleasen desnudas contra enemigos bien armados, y en estas condiciones la victoria de los hombres sería altamente depresiva.
La mujer no sabe resistir las llamas ni las flechas crueles de Cupido; flechas que, a mi juicio, hieren menos hondas en el corazón del hombre. Éste engaña muchas veces; las tiernas muchachas, si las estudias, verás que son pérfidas muy pocas.
Tened presente que la vejez se aproxima ligera, y no perderéis un instante de la vida. Ya que se os consiente por frisar en los años primaverales, no malgastéis el tiempo, pues los días pasan como las ondas de un río, y ni la onda que pasa vuelve hacia su fuente, ni la hora perdida puede tampoco ser recuperada.
Aprovechaos de la juvenil edad que se desliza silenciosa, porque la siguiente será menos feliz que la primera.
Pronto llegará el día en que ya vieja, tú, que hoy rechazas al amante, pases muerta de frío las noches solitarias, y ni los pretendientes rivales quebrantarán tu puerta con sus riñas nocturnas, ni al amanecer hallarás las rosas esparcidas en tu umbral.
Añádase a esto que los partos abrevian la juventud, como a fuerza de producir se esterilizan los campos.
Imitad, jóvenes mortales, el ejemplo de las diosas, y no neguéis los placeres que solicitan vuestros ardientes adoradores. Si os engañan, ¿qué perdéis?
Todos vuestros atractivos quedan incólumes, y en nada desmerecéis aunque os arranquen mil condescendencias. El hierro y el pedernal se desgastan con el uso; aquella parte de vosotras resiste a todo y no tiene que temer ningún daño.
¿Pierde una antorcha su luz por prestarla a otra? ¿Quién os impedirá que toméis agua en la vasta extensión del mar? Sin embargo, afirmas no ser decoroso que la mujer se entregue así al varón y respóndeme, ¿qué pierdes sino el agua que puedes tomar en cualquiera fuente?
La hermosura es un don del cielo, mas cuán pocas se enorgullecen, de poseerlo; la mayor parte de vosotras está privada de tan rica dote, pero los afeites hermosean el semblante que desmerece mucho si se trata con descuido, aunque se asemeje en lo seductor al de la diosa de Idalia. Si las mujeres de la antigüedad no gastaban, su tiempo en el aderezo personal, tampoco los esposos con quienes trataban se distinguían por el asco.
Mas vosotras no abruméis las orejas con esas perlas de alto precio que el indio tostado recoge en las verdes aguas; no os mováis con dificultad por el peso de los recamados de oro que luzcan vuestros vestidos; el fausto con que pretendéis subyugarnos, tal vez nos ahuyenta, y nos cautiva el aseo pulcro y el cabello primorosamente peinado, cuya mayor o menor gracia depende de las manos que se ejercitan en tal faena.
Hay mil modos de disponerlo; elija cada cual el que le siente mejor, y consulte con el espejo. Un rostro ovalado reclama que caiga dividido sobre la frente:
El negro dice bien a las blancas como la nieve, a Briseida sentaba admirablemente, y cuando fue arrebatada vestía de negro. El blanco va mejor a las morenas; Andrómeda lo prefería, y vestida de este color descendió a la isla de Serifo. Casi me disponía a advertiros que neutralizaseis el olor a chotuno que despiden los sobacos, y pusierais gran solicitud en limpiaros el vello de las piernas; ¿A qué recomendaros que no dejéis ennegrecer el esmalte de los dientes y que por la mañana os lavéis la boca con una agua fresca?
Con el arte completáis las cejas no bien definidas y con los cosméticos veláis las señales que imprime la edad.
Cierra la puerta de tu dormitorio y no dejes ver tu compostura todavía imperfecta. Conviene a los hombres ignorar muchas cosas: la mayor parte les causaría repulsión si no se substrajeran a su vista.
Así, no preparéis vuestros encantos ficticios en presencia de los varones; mas no os prohíbo ofrecer a la peinadora los hermosos cabellos, porque así los veo flotar sobre vuestras espaldas; os aconsejo, sí, que no eternicéis esta operación, ni retoquéis cien veces los lindos bucles, y que la peinadora no tema vuestro furor.
Cierto que son pocas las caras sin defectos; atiende a disimularlos, y a serte posible, también las macas del cuerpo. Si eres de corta esta da hallándote de pie; si diminuta, extiende tus miembros a lo largo del lecho, y para que no puedan medirte viéndote tendida, oculta los pies con un traje cualquiera.
La que sea en extremo delgada, vístase con estofas burdas y un amplio manto descienda por sus espaldas; la pálida tiña su piel con el rojo de la púrpura, y remédiese la morena con la sustancia extraída al pez de Faros. El pie deforme ocúltese bajo un calzado blanco, y una pierna desmedrada manténgase firme, sujeta por varios lazos. Disimula las espaldas desiguales con pequeños cojines, y adorna con una banda el pecho demasiado saliente. Acompaña con pocos gestos la conversación, si tienes gruesos los dedos y toscas las uñas, y a la que le huele la boca le recomiendo que no hable nunca en ayunas, y siempre a regular distancia del que la oye. Si tienes los dientes negros, desmesurados o mal dispuestos, la risa te favorecerá muy poco ¿Quién lo creerá? Las jóvenes aprenden el arte de reír, que presta gran auxilio a la beldad; entreabre ligeramente la boca, de modo que dos lindos hoyuelos se marquen en tus mejillas, y el labio inferior oculte la extremidad de los dientes superiores. Evita las risas continuas y estruendosas, y que suenen en nuestros oídos las tuyas con un no sé qué de dulce y femenino que los halague.
Ciertas mujeres, al reír tuercen con muecas horribles la boca; otras dan suelta a la alegría con tales risotadas, que diríase que lloran o lastiman los oídos con estrépito tan ronco y desagradable como el rebuzno de la borrica que da vueltas a la piedra de Aprenden a llorar con gracia, a llorar cuando quieren y del modo que les conviene.
Lo oculto permanece ignorado, y nadie desea lo que no ve.
¿Qué partido sacarás de tu hermosura si ninguno la contempla?
Ni te muestres demasiado asequible al que te solicita, ni te niegues a sus pretensiones con exceso, tema y espere a la vez, y a cada repulsa crezcan las esperanzas y el temor disminuya.
Valeos del disimulo, encubrid por algún tiempo vuestra codicia; si no, el amante novel escapará pronto a la vista de las redes: el hábil jinete no gobierna lo mismo al potro que las riendas acaban de someter, que al acostumbrado a tascar el freno. No te has de conducir de igual modo para dominar a un mancebo en la flor de la juventud, que a un hombre cuya razón han madurado los años.
Más de una vez perdió a la barca el tiempo favorable; por esta razón no aman los maridos a sus mujeres, porque disponen de ellas como les place.
Cuando caiga en el lazo el amante novel, será de gran efecto que al principio se imagine único poseedor de tu tálamo, mas luego mortifícale con un rival que le robe parte de su conquista: la pasión languidece si le faltan estos estímulos.
Cualquier dosis de celos resucita el fuego extinguido; yo mismo, lo confieso, no sé amar si no me ofenden; pero cuida no se patentice demasiado la causa de su dolor; importa que sospeche más de lo que realmente sepa; exacérbalo con la enfadosa vigilancia de un supuesto guardián o la molesta presencia de un esposo severo; la voluptuosidad que se goza sin riesgo tiene pocos incentivos; finge temor aun siendo más libre que Tais, y aunque puedas abrirle de par en par las puertas, dile que salte por la ventana; lea en tu semblante indicios de terror, y que una astuta sierva entre apresurada y grite. «Somos perdidos», y oculte en cualquier escondite al joven lleno de espanto. En compensación, permítele que te acompañe algunas noches libre de miedos, no vaya a creer que no valen los sustos que le cuestan: Arreglaos de manera, la cosa es fácil, que nos juzguemos amados por vosotras: se cree con facilidad lo que se desea ardorosamente. Trastornad al doncel con vuestras miradas, arrojad hondos suspiros, y reprobadle el haber venido tan tarde; acudid a las lágrimas por los fingidos celos de una rival, y señaladle la cara con vuestras uñas; él, compadeciendo tanto dolor, exclamará persuadido: «Esta mujer está loca por mí.» Sobre todo, si tiene lindas facciones y se lo advierte el espejo, se sentirá capaz de infundir amor a las mismas diosas.
Seas quien seas, que la ofuscación no te lleve muy lejos, ni llegues a perder el seso oyendo el nombre de una rival.
Sin duda esperáis que os conduzca a la sala del festín, y deseáis oír todavía mis lecciones. Acude allí tarde y no hagas ostentación de tus gracias hasta que se enciendan las antorchas: el esperar favorece a Venus y la demora es una gran seducción.
Si eres fea, parecerás hermosa a los que están ebrios y la noche velará en las sombras tus defectos. Toma los manjares con la punta de los dedos, la distinción en comer tiene gran precio, y cuida que tu mano poco limpia imprima señales de suciedad en tu boca. No pruebes nada antes de ir al festín, y en la mesa modera tu apetito, y aun come algo menos de lo que te pida la gana. Si el hijo de Príamo viera a Helena convertida en una glotona, la hubiese aborrecido, diciendo: «¡Qué rapto tan estúpido el mío!» Mejor sienta a una joven el exceso en la bebida; Baco y el hijo de Venus fraternizan amigablemente; pero no bebas más de lo que soporte tu cabeza, y no se enturbien tus razones, ni vacilen tus pies, ni veas dobles los objetos. Repugna la mujer entregada a la embriaguez; en tal situación merece ser la presa del primero que llega; y de sobremesa tampoco se rendirá sin peligro al sueño, que es muy propicio a los ultrajes hechos al pudor.
Cada cual se conozca bien a sí misma y preste a su cuerpo diversas actitudes: no favorece a todas la misma postura. La que sea de lindo rostro, yazga en posición supina, y la que tenga hermosa la espalda, ofrézcala a los ojos del amante. Milanión cargaba sobre sus hombros las piernas de Atalanta: si las tuyas son tan bellas, lúcelas del mismo modo. La mujer diminuta cabalgue sobre los hombros de su amigo.
La que tenga el talle largo, oprima con las rodillas el tálamo y deje caer un poco la cabeza; si sus músculos incitan con la frescura juvenil y sus pechos carecen de máculas, que el amante en pie la vea ligeramente inclinada en el lecho. No te sonroje soltar, como una Bacante de Tesalia, los cabellos y dejarlos flotar sobre los hombros, y si Lucina señaló tu vientre con las arrugas, pelea como el ágil partho, volviendo las espaldas. Venus se huelga de cien maneras distintas; la más fácil y de menos trabajo es acostarse tendida a medias sobre el costado derecho.
Siéntase la mujer abrasada hasta la medula de los huesos, y el goce se dividirá por igual entre los dos amantes; que no cesen las dulces palabras, los suaves murmullos y los deseos atrevidos que estimulan el vigor en tan alegres combates. Y tú, a quien la naturaleza negó la sensación de los placeres de Venus, finge sus gratos deliquios con falsas palabras.
Desgraciada de aquella que tiene embotado el órgano en que deben gozar lo mismo la hembra que el varón, y cuando finjas, procura que tus movimientos y el brillo de tus ojos ayuden al engaño, y lo acrediten de verdadero frenesí, y que la voz y la respiración fatigosa solivianten el apetito.
¡Oh vergüenza!, la fuente del placer oculta misteriosos arcanos. La que al dejar los brazos del amante le exige el pago de sus complacencias, ella misma priva de todo valor a los ruegos. No consientas que la luz penetre por las ventanas abiertas: hay cosas en tu cuerpo que parecen mejor vistas entre sombras.
Aquí terminan mis juegos: ya es hora de soltar los cisnes sujetos a la lanza de mi carro, y que las lindas muchachas, como antes lo hicieron los jóvenes, inscriban en sus trofeos: «Tuvimos a Nasón por maestro. »