el cazurro ilustrado

25 septiembre 2010

Acceso a la inmortalidad.


 Ingresaron a un poeta en la sexta planta de un hospital psiquiátrico donde estaba   la unidad  de agudos; después de varios días tomando ingentes cantidades de inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, su comportamiento se normalizó y pudo recibir visitas. Fue a verle un psicólogo amigo suyo y ambos pasearon por los amplios pasillos del hospital, mostrando en  toda la conversación el paciente  un ajustado contacto con la  realidad. Llegaron a una ventana que estaba  abierta y  el paciente cogió de la mano al psicólogo y le dijo: - amigo mío ha llegado la  hora de inmortalizarnos, saltemos de aquí abajo.
El psicólogo le dijo: - eso lo hace cualquiera, si quieres que nos inmortalicemos, hagamos algo que nadie ha sido capaz de hacer hasta la fecha; bajemos  a la  calle  y demos un salto hasta aquí arriba. El poeta aceptó la propuesta. Desde entonces  tiene dos ideas fijas: la primera, pasar a la posteridad como émulo de Rilke, Rimbaud o Baudelaire y en la recámara, la segunda por si no fuera posible la primera: inmortalizarse saltando desde el suelo hasta el sexto piso.  Y es que en la vida  hay que tener  dos velas encendidas, una a Dios y otra al diablo, para no tener que depender  de los inhibidores selectivos de la recaptación  de cualquier neurotransmisor, en el proceso de ir viviendo.