el cazurro ilustrado

18 septiembre 2010

Atar las piedras y soltar los perros.


No hace mucho tiempo  que, aunque León fuese la capital de  reino, aún los perros andaban sueltos y las gallinas  picoteaban libres por las  calles. No existían ordenanzas que obligaran a  sus dueños a colocar chips,a vacunar o a recoger los excrementos que los animales dejaban  en el sitio  en que la necesidad  les obligaba. A la capital del reino debían acudir los aldeanos, no con mucha frecuencia,  para realizar  compras de algunos artículos  de difícil  consecución en las ferias y mercados  de la montaña;  así, un día de septiembre se vio en la necesidad de bajar a León  un campesino para comprar en  “la casa del labrador” un cencerro de gran tamaño para el carnero  guía de sus rebaños. Montó en el burro a las seis de la  mañana y a las nueve  ya estaba en la estación de La vecilla,  donde cogió el tren que le condujo a León. Llegó,  sin incidencias, a  las doce. Callejeó hasta llegar a  la plaza del grano. De pronto,  una jauría de perros  vino sobre él, estaban demasiado cerca como para ponerse a salvo a la carrera y decidió coger una piedra del suelo para  defenderse, pero por mucho que lo intentó, no fue capaz de arrancarla de empedrado. Entonces, muy enfadado con el alcalde, responsable de aquella obra exclamó: - Maldita sea la ciudad en que sujetan a  las piedras y dejen libres a los perros.