el cazurro ilustrado

26 febrero 2012

Tinajas en Villarrobledo.




Hace más  de veinte años que, con la disculpa del  maravilloso carnaval de Villarrobledo (Albacete), acudo allí para descubrir rincones, costumbres, paisajes  y paisanajes  manchegos de un alto  valor estético y moral.
El domingo, diecinueve de marzo,  pasé, una vez más,  al  lado de aquellas enormes  tinajas y, esta vez si,  entré  a ver que era lo que  allí se cocía. Las puertas estaban abiertas; las tinajas en fila; un gato bebía agua de una de ellas pero no  había indicios  de haber alguien,  hasta que oí un rítmico y seco sonido  que me fue guiando hacia su origen.
Juan Padilla estaba paleteando la arcilla para construir una  tinaja de  considerables proporciones. Sin inmutarse, me saludó amablemente  y después de presentarse como heredero de una tradición familiar de siglos, fue explicándome  todo el proceso de elaboración las tinajas.
Me  enseñó como se muele el barro; cómo después se mezcla con agua y se amasa; cómo se extiende y se deja reposar  un día para seguir amasándolo al día siguiente; cómo se forman  rollos  de barro con los que se va  formando la tinaja paleteándolos con dos palas como veis en la foto. Después de colocar un rollo, se araña la arcilla para que el siguiente rollo se adhiera mejor y así, rollo  tras rollo, paleteo tras paleteo, se va construyendo la tinaja. Una vez concluida,  se deja secar lentamente (por eso se hace este proceso en otoño e invierno- en primavera  y verano secaría demasiado deprisa-) y en mayo se meten las tinajas  en el  horno de leña y una vez cocida la arcilla, ya está la tinaja  disponible para la venta. Los  bodegueros  italianos  las solicitan  porque son más útiles que las barricas de roble, como también los hicieron los productores de vino manchegos, que  durante siglos y hasta la fecha, cultivan cuarenta y ocho millones de cepas en treinta mil hectáreas que rodean a esta preciosa villa manchega.

06 febrero 2012

Viejos amigos.

 Hace unos  días, por diversas  razones no caprichosas que no merece la pena contar, debí ir a comer a “Casa Rafa” y, contingencias de la vida, allí me llevé una gratísima sorpresa, al encontrarme  con viejos amigos, a los que no veía  hacía mucho tiempo, pero están como si hubiera sido ayer   cuando les ví  por última vez.
Loles, taxista en Cármenes  y regente del bar  del Cruce hasta la jubilación, duda de que podamos  nosotros cobrar la jubilación cuando lleguemos a la edad que tiene él ahora.
Paulino,  pastor arrendatario del puerto de Sancenas mientras quiso y pudo, recuerda las  mil aventuras y desventuras, no tanto con las ovejas y los lobos,  como los humanos con los  que debió tratar.
Vitalino, figura ilustre de Genicera, ha ocupado cuantos cargos de responsabilidad pueden  tenerse por civiles   en una  pedanía  y en una feligresía, sin que nadie  haya tenido  motivos  para dudar  de su honradez.
Pepin,  también jubilado,  dueño  del corte inglés de Cármenes, muchos de los comerciales que demanda hoy el mercado laboral deberían  aprender  alguna de las habilidades que tuvo en  su  negocio; fue también alcalde de Cármenes  en las primeras legislaturas democráticas, hasta que se cansó  de la política.
Carmina cambió, con buen criterio, León por Almuzara  y acompaña a su tío Vitalino y a Loles a la ciudad donde, además de los chequeos médicos, chequean la amistad con Rafa, Pepín, Paulino y en esta ocasión, también con el cazurro ilustrado.