el cazurro ilustrado

29 junio 2013

La helada de San Juan.


 Temimos la noche de Santa Rita (del 22 al 23 de mayo) y la noche de San Urbano (del 24 al 25 de mayo). Avisados estábamos de que el riesgo de una helada que acabara con los incipientes brotes de lo plantado en los huertos y en las tierras de patatas era muy alto en esas fechas. Pasaron  las   fatídicas  noches y nada de lo probable ocurrió. Lozanas crecieron las plantas de patatas, fréjoles, tomates y pimientos. Llegó la noche de San Juan (des 23 al 24 de junio), el solsticio de verano, la  noche más corta del año, la noche purificadora, la noche  mágica, la noche  del fuego, la noche que  los campos, montes, ríos, arroyos y fuentes serán bendecidos y el agua les traerá salud y les protegerá de las enfermedades. Pero lo que ocurrió fue todo lo contrario. Por la tarde  el viento del norte traía malos presagios y ya Antonio, de Ranedo, les  dijo a  los mozos  que preparaban la hoguera, que fueran a hacerla  a los patatales “porque que esta noche no libran”. Amaneció el 24 y San Juan  se había  empleado más a fondo que  santa Rita y San Urbano juntos. No quedó ni títere,  ni planta con cabeza, ni lamentación  que no saliera de nuestras bocas, ni burla que no hicieran los  de la ribera acusándonos de impíos y por ello castigados. Pero han de saber los ribereños ( de la Cándana para abajo) que las heladas  resultan más soportables que los comentarios  que de ellas hacen ellos.

01 junio 2013

La prueba de Ruskin.

Ruskin,  médico especialista  en enfermedades de los ancianos, reunió a otros médicos  y enfermeras y les contó la sintomatología  de una paciente:
«Aparenta claramente su edad cronológica. Esta paciente no logra comunicarse de manera verbal con los médicos y, ni siquiera, con sus parientes más cercanos. Tampoco da señales de entender cuando se le habla. Se pasa horas balbuceando frases  incoherentes que nadie comprende y da toda la sensación de no saber siquiera quién es ella, desorientada en tiempo y espacio. Por lo que se aprecia observándola con detenimiento, la paciente no parece saber dónde está, ni la fecha en que está viviendo, en lo que podríamos calificar como una clara desorientación en tiempo y espacio.
Sólo, de cuando en cuando, parece reaccionar cuando se la menciona por su nombre, sin que varíe todo lo anterior. No se interesa en lo más mínimo en su propio aseo personal y ni siquiera colabora cuando alguien lo hace en su lugar, lo cual es imprescindible y a diario ya que la paciente no controla sus necesidades fisiológicas básicas y padece de incontinencia de heces y orina, por lo que es necesario que otros deban ocuparse de bañarla e incluso vestirla. También es imprescindible darle de comer solamente comidas blandas, porque carece de dentadura. Babea de manera continua y no se preocupa de que sus ropas estén casi siempre manchadas. Está imposibilitada de andar por sus propios medios. Su patrón de sueño es altamente conflictivo para aquellos que conviven con ella, ya que se despierta por las noches con mucha frecuencia y, al hacerlo, estalla en gritos y llanto. Tiene momentos, a veces prolongados, en los que se muestra en apariencia muy tranquila y amable pero — sin que exista un motivo claro que origine algo semejante — se muestra repentinamente muy agitada y estalla en nuevas crisis de llanto que suelen ser difíciles de controlar. La situación que acabo de describir es permanente y diaria desde hace ya muchos meses».
Después de este informe, preguntaba a sus colegas que debía hacerse  con la paciente; algunos decían  «cuidar de un caso así sería devastador, un modo de perder el tiempo, médicos y enfermeras. Los parientes cercanos de esta paciente no pueden, tampoco, hacerse cargo de alguien así. Casos como ese deben ser enviados a un asilo ya que nada se puede hacer con ellos»; otros dijeron «una paciente con esas características es una prueba demasiado dura para la paciencia y la vocación de cualquiera. Es una tarea para médicos y enfermeras santos y no para médicos y enfermeras comunes».
Después de discutir el caso durante un rato, el Dr. Ruskin sacó una fotografía de la «paciente», y la hizo  circular entre todos para que vieran que se trataba de una preciosa niña de seis meses de edad.
Como veis,  no siempre los datos exactos sirven para dar una opinión exacta.