el cazurro ilustrado

25 septiembre 2009

La naturaleza cura, remedia y sana.

Gozan los gatos en la montaña de plena autonomía, se organizan en función de su número, la disponibilidad de alimento y la generosidad del dueño de la casa que habitan.
Aunque simulan domesticación, no dependen de los humanos sino que se aprovechan de este contacto, sin mostrar el mínimo apego afectivo. Aprenden rápidamente a qué horas estará disponible el alimento y acuden puntualmente a recogerlo. Si no quedan saciados, salen por las huertas y los prados a completar la dieta para reposar luego en los tejados, corredores o pajares.
Desgraciadamente, a veces, ocurre que en ese estilo de vida independiente, cruzan sin demasiadas precauciones las carreteras por donde circulan, veloces y casi silenciosos, automóviles de gran cilindrada, guiados por conductores escasos de centímetros cúbicos en su cerebro. Es entonces cuando llega la tragedia.
El día nueve de agosto de este año, se asomó al corredor donde les doy de comer un gato en el estado que veis en la foto. Un coche le había roto la mandíbula, con pérdida de masa ósea y de los dientes de la parte derecha. El pronóstico era nefasto. Comencé entonces a darle leche de vaca recién ordeñada y a observar la evolución a distancia de aquellas heridas que no auguraban sino la muerte (infecciones, inanición...)
Han transcurrido 45 días desde el accidente y aunque las imágenes puedan herir la sensibilidad de algún navegante, las muestro para ejemplo de supervivencia. Veréis cómo evolucionó; cómo el hinchazón pasó de una parte de la cara a la otra; cómo supuraron las heridas y cómo, aunque no del todo, podemos dar al gato por recuperado sin más intervención que el paso del tiempo. Y es que se demuestra una vez más que la naturaleza cura al paciente, mientras que médicos, veterinarios y/o humanos, distraen al paciente.

























17 septiembre 2009

Miedo a la enfermedad.


La opinión de Winston Churchill, que aseguraba que la salud es un estado transitorio que, además, no presagia nada bueno, es ahora más válida que nunca y a pesar de que una inmensa mayoría de la población goza de buena salud, por el temor a perderla, la gente anda asustada buscando remedios para males que no tiene, antídotos contra enfermedades que no padecerá, vacunas contra virus de indemostrable eficacia y, poco a poco, va aprendiendo y automatizando comportamientos higiénico-preventivos que probabilizan la muerte de los agentes infecciosos y que aseguran la hipocondría y la obsesión-compulsión. Esta aspiración a la inmortalidad o a morir en perfecto estado de salud la explotan eficazmente no solo las industrias farmacéuticas, sino también los fabricantes de jabones, mascarillas, pañuelos de papel (moqueros), toallitas y hasta yogures que afirman fortalecer las respuestas del sistema inmunitario. Así, cualquier situación cotidiana, se convierte en una amenaza y nos comportamos como la guardia civil ante un sospechoso, ignorando el principio constitucional que mantiene que todo el mundo es inocente ( sano) hasta que no se demuestre lo contrario

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