el cazurro ilustrado

26 noviembre 2008

Catón y el maltrato.

Catón el joven, aparte de ser un buen cuestor, senador, gobernador y general de los ejércitos de Pompeyo en la guerra civil contra César, fue un filósofo estoico sin desperdicio. Decía que el alma del amante vivía en un cuerpo ajeno.
A un viejo maligno le dijo: “hombre, cuando la vejez trae consigo tantas cosas desagradables, no le añadas la afrenta de la perversidad”. Lo mismo se les puede decir a los maltratadores, que suman perversidad a otros múltiples defectos, no todos achacables a la edad.
A un tribuno a quien se atribuía un envenenamiento, y que había propuesto una ley perjudicial, empeñado en hacerla pasar le dijo: “Joven, no sé qué sería peor: si beber lo que preparas o sancionar lo que escribes”. También de los matratadores no sabemos si es peor lo que hacen que lo que intentan.
Criticando a un hombre notado de mala conducta, le dijo: “No puede sostenerse una contienda como ésta entre nosotros dos, porque tú oyes los oprobios con serenidad, y los dices sin reparo, mientras cuanto a mí se me resiste el decirlos y no estoy acostumbrado a aguantarlos”. Igual nos pasa con los maltratadores, que reciben las críticas con tranquilidad y ejecutan los crímenes sin reparo.

Para finalizar, de los que castigan a las mujeres o a los hijos, decía que ponían manos en las cosas más santas y sagradas; que para él merecía más alabanzas un buen marido que un buen senador, y que nada admiraba tanto en el antiguo Sócrates como el que, habiéndole cabido en suerte una mujer inaguantable y unos hijos necios, vivió, sin embargo, sosegado y tranquilo.

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20 noviembre 2008

Estimad@ niñ@ (en el día universal de la infancia)

Estimad@ niñ@ que te ha tocado vivir en esta sociedad posmoderna, te conviene saber que a pesar de los avances en las ideas, el “pesimismo metodológico” propio de la tradición judeo-cristiana y musulmana también (inquisición, guerras santas, cruzadas, cilios, penitencias, exorcismos, excomuniones y hogueras) va a estar presente en muchas de las actuaciones de los adultos que se encargan de tu educación. El propio Freud te describió como “perverso polimorfo” y aún hoy hay seguidores y hasta defensores acérrimos de sus ideas.
Nadie te lo dirá, pero puede ocurrir que tengas un padre sometido al castigo de unas circunstancias laborales adversas, una madre que arrastra las mismas circunstancias a las que se añaden permanentemente y por doquier su autoimagen negativa, sus ideas de inferioridad o unas relaciones de pareja en continuas desavenencias y conflictos, en discusiones y envenenamientos; lo cotidiano en estas familias será lo aversivo, por mucho que se empeñen en dibujar imágenes idílicas . En tal situación o en tal estado cualquier comportamiento anormal o irregular que muestres puede desencadenar en ellos una tempestad emocional; esta zozobra puede elicitar la agresión y el castigo, por mucho que se legisle en su contra. Arrepentirse de inmediato, comprobar que la reacción ha sido desproporcionada, nada resolverá ; provocará sentimientos de culpa, que no es otra cosa que echar más leña al fuego, se tratará de más emoción, de más imprevisibilidad, de más susceptibilidad para responder al menor toque.
Tu comportamiento infantil puede considerarse como espejo del entorno socioeducativo en el que vives, por mucho que se empeñen en acusar a los genes, a los instintos o a constructos como la personalidad, el temperamento... .
Has de saber, estimado niño, que todo ser humano, por perverso que sea, por anormalmente que se comporte, con toda seguridad cuenta en su actuación cotidiana, en su conducirse habitual, con muchos más actos considerados como positivos, correctos o adaptados que con conductas calificadas de incorrectas anómalas o negativas. El mero hecho de vivir y desarrollarse entre seres humanos conlleva el aprendizaje de múltiples comportamientos de todo orden que forma parte de lo establecido por la comunidad en cuestión.
Pero has de saber, estimado niño, que como es lo “natural”, se juzgará como si de algo congénito se tratara. Se atenderá sistemáticamente a lo “ anómalo” de tu comportamiento y la ocupación básica se centrará en suprimir, eliminar el “ mal comportamiento” y los comportamientos correctos pasarán a un segundo o tercer término y serán aciagamente relegados e ignorados.
Tienes que saber, estimado niño, que cuando te conduzcas satisfactoriamente no harás sino cumplir con tu obligación, con tu deber. Tus “ buenos comportamientos”, tus conductas “normales” ni se apreciarán , ni se les dará importancia, ni se les otorgará mérito. Sólo interesarán si están ausentes. Los efectos que te lloverán por esta actitud de los adultos serán el incremento de la ansiedad, la desorganización del comportamiento, el empeoramiento de tu autoimagen y la probabilidad de recibir castigo, desaprobación o estimulación aversiva. Esto llevará a los adultos a no experimentar gratificación alguna a través de la relación establecida contigo ; sólo van a contar con la mísera satisfacción o consuelo de la supresión a corto plazo de algún comportamiento problemático. Ni siquiera se congratulará consigo mismo por esos aspectos positivos que posee tu comportamiento y que bien pudieran ser fruto de su personal actuación.
Has de saber, estimado niño, que el énfasis reiterado sobre lo que se hace mal y sobre la prohibición tendrá consecuencias claramente frenadoras sobre tu desarrollo , pero ha de saber tu educador, padre o maestro que tus conductas adaptadas, satisfactorias, precisan del reforzamiento para mantenerse y evolucionar positivamente, a pesar de las ideas simplistas, maniqueas, parciales, reduccionistas e interesadas que abundan en el mercado educativo.
Has de saber, estimado niño, que tu estabilidad emocional futura como adulto, no depende de que carezcas de experiencias aversivas en tu infancia, sino más bien de que si las tengas aunque, claro está, dentro de unos límites, esporádicas, previsibles y puntuales, por mucho que se empeñen en hacerte creer que en la vida todo es de color de rosa .
Y, Por último, en este día universal de la infancia, has de saber que hacer lo que se debe hacer y dejar de hacer lo que es preciso dejar de hacer, conlleva casi siempre desasosiego, dolor y esfuerzo; por mucho que se empeñen en hacerte creer que en esta vida todo es posible, tendrás que aprender que muy pocas cosas son probables.

15 noviembre 2008

Curso sobre discapacidad mental severa.

Muchas horas estuvimos juntos, en Valladolid, yo como profesor y vosotr@s como alumn@s, mucho disfruté y mucho me enseñasteis.
Gracias Carlos Mª, Ana Isabel, Purificación, Blanca, Carmen, Mercedes, Pilar, Elena, Mª de Mar, A. Isabel, Merche, Mª Concepción, Luis A., Lucinda, Ana Belén, Sonia, Mª Lourdes, Susana, Ana Rosa, Esperanza, Mª Teresa, Luis, Rosa Mª,Leticia, Mercedes S., Vicenta, Eusebio y Mª del Pilar.
Os cuento una cosa preciosa que le ocurrió a Aníbal, capitán de los cartagineses, para que entendáis cabalmente lo que quiero decir con “lo mucho que me habéis enseñado”. UN FUERTE ABRAZO A TOD@S.
Según Paulo Diácono, en el segundo libro de sus Comentarios, cuando Escipión venció a Aníbal, éste se retiró a Asia, acogido por el rey Antíoco. En cierta ocasión ambos escuchan al filósofo Porvión hablar sobre los asuntos de la guerra; decía tantas cosas y con tan gran estilo que Antíoco estaba orgulloso de su filósofo y preguntó su parecer a Aníbal , el cual dijo estas palabras: “Hágote saber, rey Antíoco, que yo he visto a muchos viejos perder el seso, mas jamás vi hombre tan loco como es Porvión, éste que tú llamas gran filósofo; porque supremo género de locura es cuando el hombre que no tiene sino un poco de ciencia vana presume de enseñar no al que tiene ciencia vana, sino al que tiene experiencia cierta. Dime, rey Antíoco: ¿qué corazón lo ha de sufrir, ni qué lengua lo ha de callar, ver a un hombrecillo como es este filósofo, criado toda su vida en un rincón de Grecia estudiando filosofía, osar como osó ponerse a hablar delante de Aníbal de las cosas de la guerra, como si hubiera sido príncipe de África o capitán de Roma?. Por cierto, que o él sabe poco, o muestra tenernos en poco, porque de sus vanas palabras se colige querer él saber más en las cosas de guerra no más de por lo que en los libros ha leído, que no por las famosas batallas que Aníbal ha dado. ¡Oh!, rey Antíoco, cuánto va del estado de los filósofos al estado de los capitanes, de saber bien leer en la academia a saber bien ordenar una batalla, de la ciencia que en esto saben los sabios a la experiencia que tienen los hombres guerreros, de saber coger la pluma a saber menear la lanza, de estar uno rodeado de libros a tener a ojo para enfrontar con los enemigos; porque son muchos los que con gran elocuencia blasonan las cosas de la guerra y después son muy pocos los que en aquella hora tienen corazón para aventurar la vida. Este pobre filósofo Porvión jamás vio gente de guerra en campo; jamás vio romper un ejército con otro; jamás vio tocarse la dolorosa trompeta para darse batalla; jamás vio las traiciones de los unos, ni sintió las cobardías de los otros; jamás vio cómo son pocos los que pelean y son muchos los que huyen. Finalmente digo que a un filósofo y letrado cuando honesto le es loar y engrandecer los bienes que se siguen de la paz, tan ajeno ha de ser de su boca hablar en los peligros de la guerra. Si ninguna cosa de las que ha dicho este filósofo ha visto con los ojos, sino que las ha leído en los libros, dígalas a los que no las han visto, ni menos las han leído, porque las cosas de la guerra mejor se aprenden en los campos de África que no en los estudios de Grecia. Bien sabes tú, rey Antíoco, que por espacio de treinta y seis años yo tuve largas y peligrosas guerras así en España como en Italia, en las cuales se mostró muy próspera y muy adversa la fortuna, como suele hacer con todos los que emprenden alguna cosa muy ardua, en testimonio de lo cual heme aquí a mí, que antes que me naciesen barbas fui servido, y después que me nacieron canas comencé a servir. Yo te juro al dios Marte, o rey Antíoco, que si alguno me preguntase ahora cómo se habían de haber en la guerra, no le osase decir ni una palabra, porque son cosas que consisten en experiencia y no se aprenden por consejos; porque los príncipes comenzamos las guerras con justicia y seguímoslas con cordura, más el fin de ellas consiste en ventura y no en esfuerzo y maña."
Si bien yo creo tener más experiencia que Porvión, vosotr@s sabeis tanto como Anibal.

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