el cazurro ilustrado

30 octubre 2005

Inconvenientes de la vida en la ciudad



En la ciudad es la virtud muy trabajosa de alcanzar y muy peligrosa de conservar, porque allí la humildad peligra entre las honras; la paciencia, entre las injurias; la abstinencia, entre los manjares; la castidad, entre las damas; la quietud, entre los negocios; la caridad, entre los enemistados; la paz, entre los emuladores; la solicitud de limosna, entre los vagabundos; el silencio, entre los chocarreros; y el seso, entre los locos.
En la ciudad ninguno vive contento y no hay quien no diga que está agraviado, porque se queja del político que no le hace favores, del émulo que se lo estorba, del pariente que no le ayuda, del amigo que no le habla, del presidente que no le despacha, del portero que no le abre, del tesorero que no le paga y del banquero porque le ejecuta.
En la ciudad, si reciben una llamada que da placer, se reciben otras veinte que dan pesar; si de los amigos, que los olvida; si de los parientes, que los socorra; si de los empleados, que le ponen pleito; si de los renteros, que no le pagan; si del procurador, que le envíe dinero; si de su amigo, que es un desconocido.
En la ciudad muchas cosas hace un ciudadano por necesidad que no las haría en su tierra por propia voluntad. Come con quien no le ama, habla a quien no conoce, sirve a quien no se lo agradece, sigue a quien no le honra, defiende a quien no le ayuda, presta a quien no le paga, comunica con quien no le es grato, disimula con quien le injuria, honra a quien le difama y se fía de quien le engaña.
En la ciudad a ninguno le conviene vivir con esperanza que otros le han de ayudar. Si vienen mal dadas, ninguno le socorre; si cae enfermo, nadie le visita; si allí se muere, todos le olvidan; si anda pensativo, nadie le consuela; si es virtuoso, pocos le alaban; si es osado, todos le acusan; si es descuidado, nadie le avisa; si es rico, todos le piden; si está empeñado, nadie le presta.
En la ciudad no hay cosa más rara de hallar y más cara de comprar que la verdad. En la ciudad, de tres géneros de gentes hay mucha abundancia, a saber: quien se atreve a murmurar, quien sabe lisonjear y quien osa mentir. Al político le engañan los lisonjeros; a los autónomos, los negociantes; a los ricos, los truhanes; a los mozos, las mujeres; a los viejos, la codicia; a los prelados, los parientes; a los curass, la avaricia; a los presuntuosos, la ambición; a los maliciosos, la pasión; a los agudos, la afección; a los prudentes, la confianza; a los locos, la sospecha; y a todos juntos, la fortuna.
En la ciudad son infinitos los que pierden y muy pocos los que medran. Allí caen los favorecidos, allí se enzarzan las viudas, allí se difaman las casadas, allí se sueltan las mozas, allí se enmohecen los ingenios, allí se acobardan los esforzados, allí se olvidan los doctos, allí desatinan los cuerdos, allí se envejecen los mozos y allí se tornan locos los viejos.
A la ciudad ha llegado tanta la locura, que no llaman buen ciudadano sino al que está muy adeudado.
El ciudadano juega por no ser mezquino, murmura por no ser extremado, sirve a las damas por no ser frío, acompaña a otros por no ser solitario, da a truhanes porque no digan mal de él, contenta a las enamoradas porque no le descubran, y anda enmascarado por no ser singular.
Es necesario al que en ella vive, que como e está llena de pasiones y bandos, que él se enfade con unos y se apasione con otros, que siga a los amigos y persiga a los enemigos, que alabe a los suyos y meta mal contra los extraños, que avise a los que quiere bien y espíe a los que desea mal, que gaste con los de su bando la hacienda y emplee contra los contrarios la vida, que loe a los de su parcialidad y oscurezca a los que quiere mal. Y todo esto lo ha de hacer por quien se lo tendrá en poco y se lo agradecerá mucho menos.