Ventajas de la vida en el pueblo
No pequeña sino grande era su libertad. Si uno no quería traer chaqueta, traía jersey; si no queria traer capa, andaba en cuerpo; si le acongojaba la ropa, aflojaba las correas; si hacia calor, andaba sin gorra; si hacía frío, se vestía un zamarro; si llovía mucho, se vestía un capote; si le pesaba el sayo, andaba en calzas y jubón; si había lodos, se calzaba unos zancos; y si había algún arroyo, lo saltaba con un palo.
No les faltaba harina para cerner, artesa para amasar y horno para cocer. Comían el pan de trigo candeal, molido en buen molino, hecho muy despacio, pasado por tres cedazos, cocido en horno grande, tierno del día antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como esponja. Amasaban en su casa.
Hacían más ejercicio y tenían más en que embeber el tiempo. Cada uno se podía poner libremente a la ventana, mirar desde el corredor, pasearse por la calle, sentarse a la puerta, pedir silla en la plaza, comer en el portal, andarse por las eras, irse hasta la huerta, beber de bruces en el caño, mirar cómo bailaban las mozas, dejarse convidar en las bodas, hacer colación en los mortuorios, ser padrino en los bateos y aun probar el vino de sus vecinos.
Vivían más sanos y mucho menos enfermos; eran más sinceros; el aire es más limpio; el sol más claro; el suelo más enjuto; la plaza más desembarazada; la horca menos poblada; la república más sin rencilla; el mantenimiento más sano; el ejercicio más continuo; la compañía más segura; la fiesta más festejada y sobre todo los cuidados muy menores y los pasatiempos mucho mayores.
No tenían médicos mozos, ni enfermedades viejas, no portaban bubas, no se pegaba sarna, no sabían qué cosa es cáncer, nunca oyeron decir pleuresía, no tenía allí parientes la gota, no había confrades de riñones, no moraban allí las opilaciones, no se criaba allí bazo, nunca allí se calentaba el hígado, a nadie tomaban desmayos y ninguno moría de ahítos.
Tenían leña para su casa, nunca faltaba roble, encina, astillas de cuando labraban, ramas de cuando podaban, árboles que se secaban o ramos que se derronchaban. Cuando se veían en necesidad, se ponían a quemar zarzas, a rozar tomillos, a remudar estacas, a partir rozas, a arrancar escobas, a cortar retama, a secar estiércol, a traer cardos y aun a buscar boñigas.
Cada uno estaba proveído de la hierba y paja necesaria para su casa.
Comían al fuego si era invierno, en el portal si era verano, en la huerta si había convidados, bajo el árbol si hacía calor, en el prado si era primavera, en la fuente si era Pascua, en las eras si trillaban, a solas si traían luto, acompañados si era fiesta, de mañana si iban de camino, todo cocido si no tenían dientes, todo asado si querían arreciar, a la tarde si no tenían ganas, o muy temprano si tenían apetito. Tres condiciones había de tener la buena comida, a saber: comer cuando tenían gana, comer de lo que tenían gana, comer con grata compañía; y al que faltasen estas condiciones, maldecía lo que comía y aun a sí mismo que lo comía.
Tenían sus pasatiempos en pescar con vara, armar pájaros, echar buitrones, cazar con hurón, tirar con arco, ballestear palomas, correr liebres, pescar con redes, adobar las bardas, catar las colmenas, departir con las viejas, hacer cuenta con el tabernero, porfiar con el cura y preguntar nuevas al mesonero.
Hacían después de misa concejo, mataban para los enfermos carnero, vestían los sayos de fiesta, ofrecían aquel día todos, jugaban a la tarde a los bolos, tocaban en la plaza el tamborino, bailaban las mozas bajo el álamo, luchaban los mozos en el prado, andaban los muchachos con cayados.
Tenían cabritos para comer, ovejas para cecinar, cabras para parir, cabrones para matar, bueyes para arar, vacas para vender, carneros para añejar, puercos para salar, lanas para vestir, yeguas para criar, muletas para imponer, leche para comer, quesos para guardar; finalmente, tenían potros cerriles que vender en la feria y terneras gruesas que matar en las Pascuas.
A pared y media de su casa hallaban esposos para sus hijas y mujeres para sus hijos. Los casaba en su casa, se regañaba con sus nueras, se honraba con sus yernos, se acompañaba con sus suegros, se convidaba a las Pascuas, les compraba algo en las ferias, se burlaba con los nietos, daba aguinaldo a las nietas, mejoraba a la hija más querida y regalaba a la nuera que tenía en casa.
No tenían mucha soledad ni enojosa importunidad.
Sus pasatiempos eran oír balar las ovejas, mugir las vacas, cantar los pájaros, graznar los ansares, gruñir los cochinos, relinchar las yeguas, bramar los toros, correr los becerricos, saltar los corderos, empinarse los cabritos, cacarear las gallinas, encrestarse los gallos, hacer la rueda los pavos, mamar las terneras, abatirse los milanos, apedrearse los muchachos, hacer pucheros los niños y pedir blancas los nietos.
Eran más virtuosos y menos viciosos. No había estados de que tener envidia, no había cambios para dar a usura, no había botillería para pecar en la gula, no había dineros para ahuchar, no había damas para servir, no había bandos con quien competir, no había cortesanas a quien requerir, no había justas para las que vestirse, no había tableros a donde jugar, no había justicias a quien temer y lo que es mejor de todo, no había letrados que nos pelaran ni médicos que nos matasen.
Todos estos pasatiempos desean los ciudadanos y los gozan los aldeanos.