HASTA SIEMPRE, LEONCIO (PONCHO).
El domingo pasado murió Leoncio Álvarez (Poncho). Había
nacido en La Puerta, uno de los pueblos que anegó el pantano de Riaño. Luchador
incansable a favor del mundo rural y contra el caciquismo imperante en aquellos
años, fundó en 1971
la Escuela de Formación Profesional Agraria en Gradefes, donde llevó a cabo una de las experiencias educativas más interesantes y necesarias en el mundo rural, que llegó a ser
“el mejor centro educativo provincial”. Se
opuso con todas sus fuerzas al pantano y
creyó en las promesas de los
progresistas, que hablaban de “ goma 2”
para Riaño, pero cuando llegaron al poder
se olvidaron de la demolición de
la presa y cerraron las compuertas para inundar todo el valle. También creyó en la decencia intelectual de
los decían defender la educación del
campesinado y el mundo rural y cuando llegaron al poder, cerraron lo que había sido una esperanza entre tanto
abandono, desconfianza y pesimismo. Fue entonces cuando le conocí, cuando me invitó a las últimas
jornadas sobre educación en el mundo rural, que organizó su colegio rural. Allí conocí a Luisa, su mujer y a sus más cercanos colaboradores, Nino y Doralina. A partir de ese momento estuvimos en contacto continuo.
Es hora de aclarar que le acusaron
injustamente de provocar “la guerra de los crucifijos”. Lo que ocurrió en realidad es que Leoncio puso una
queja ante los servicios de inspección
por las prácticas antipedagógicas de
algún profesor de sus hijos, escolarizados en el C. P. de Gradefes. Llegó el inspector
y se encontró que no se habían
retirado de las paredes los crucifijos,
tal y como exigía la normativa
aprobada por el gobierno de Felipe González y fue el inspector el que puso la
denuncia contra el colegio. Al estallar esa guerra, la administración, echando balones
fuera y faltando a la verdad, dijo que
había sido Leoncio, Desviando así la atención sobre lo que, en realidad
, pedía y que no era más que la mejora de
las prácticas educativas en el
colegio de sus hijos. Cerrado y demolido el colegio rural, se fue a Asturias como profesor en los programas de garantía
social (que hoy llamamos FP básica) y fue un referente
de la inclusión de la ayuda
a los más débiles y necesitados.
Una vez jubilado, se retiró a Villadefrades, pudiendo mantener un
contacto estrecho con Eutimio Martino, jesuita y el mejor conocedor de las guerras que
los habitantes de la
montaña de Riaño, los cántabros y astures, mantuvieron contra los romanos. Cada conversación
que tenía con Eutimio, me la contaba por teléfono. En esas
conversaciones concluía que, cansado ya de barrer el mundo, era hora de barrer
la propia casa. Y así, despacio y
casi en el anonimato, se fue uno
de los grandes, a los que el mundo
rural debe gran parte de sus progresos.
Hasta siempre Leoncio y mi más sentido pésame a Luisa, Delia y “Poncho”