La helada de San Juan.
Temimos la noche de Santa Rita (del 22 al 23 de mayo)
y la noche de San Urbano (del 24 al 25 de mayo). Avisados estábamos de que el
riesgo de una helada que acabara con los incipientes brotes de lo plantado en
los huertos y en las tierras de patatas era muy alto en esas fechas.
Pasaron las fatídicas
noches y nada de lo probable ocurrió. Lozanas crecieron las plantas de
patatas, fréjoles, tomates y pimientos. Llegó la noche de San Juan (des 23 al
24 de junio), el solsticio de verano, la
noche más corta del año, la noche purificadora, la noche mágica, la noche del fuego, la noche que los campos, montes,
ríos, arroyos y fuentes serán bendecidos y el agua les traerá salud y les
protegerá de las enfermedades. Pero lo que ocurrió fue todo lo contrario. Por
la tarde el viento del norte traía malos
presagios y ya Antonio, de Ranedo, les
dijo a los mozos que preparaban la hoguera, que fueran a
hacerla a los patatales “porque que esta
noche no libran”. Amaneció el 24 y San Juan
se había empleado más a fondo
que santa Rita y San Urbano juntos. No
quedó ni títere, ni planta con cabeza,
ni lamentación que no saliera de
nuestras bocas, ni burla que no hicieran los
de la ribera acusándonos de impíos y por ello castigados. Pero han de saber
los ribereños ( de la Cándana
para abajo) que las heladas resultan más
soportables que los comentarios que de
ellas hacen ellos.