Tinajas en Villarrobledo.
Hace más de veinte años que, con la disculpa del maravilloso carnaval de Villarrobledo (Albacete), acudo allí para descubrir rincones, costumbres, paisajes y paisanajes manchegos de un alto valor estético y moral.
El domingo, diecinueve de marzo, pasé, una vez más, al lado de aquellas enormes tinajas y, esta vez si, entré a ver que era lo que allí se cocía. Las puertas estaban abiertas; las tinajas en fila; un gato bebía agua de una de ellas pero no había indicios de haber alguien, hasta que oí un rítmico y seco sonido que me fue guiando hacia su origen.
Juan Padilla estaba paleteando la arcilla para construir una tinaja de considerables proporciones. Sin inmutarse, me saludó amablemente y después de presentarse como heredero de una tradición familiar de siglos, fue explicándome todo el proceso de elaboración las tinajas.
Me enseñó como se muele el barro; cómo después se mezcla con agua y se amasa; cómo se extiende y se deja reposar un día para seguir amasándolo al día siguiente; cómo se forman rollos de barro con los que se va formando la tinaja paleteándolos con dos palas como veis en la foto. Después de colocar un rollo, se araña la arcilla para que el siguiente rollo se adhiera mejor y así, rollo tras rollo, paleteo tras paleteo, se va construyendo la tinaja. Una vez concluida, se deja secar lentamente (por eso se hace este proceso en otoño e invierno- en primavera y verano secaría demasiado deprisa-) y en mayo se meten las tinajas en el horno de leña y una vez cocida la arcilla, ya está la tinaja disponible para la venta. Los bodegueros italianos las solicitan porque son más útiles que las barricas de roble, como también los hicieron los productores de vino manchegos, que durante siglos y hasta la fecha, cultivan cuarenta y ocho millones de cepas en treinta mil hectáreas que rodean a esta preciosa villa manchega.