¿Son necesarias las dos figuras parentales?
Con motivo de la celebración de la fiesta de la Sagrada Familia, el papa Benedicto XVI afirmó que los niños necesitan del amor de un padre y una madre y pidió a todas las familias que no se desanimen ante las pruebas y las dificultades con las que se enfrentan. Si bien son dignos de elogio los ánimos que muestra el sumo pontífice hacia la familia, también es necesario matizar la primera afirmación, ya que es preocupante que en la época en la que vivimos todavía se crea que existen tipos de vínculos y misiones educativas y relaciones atribuibles específicamente a los progenitores en función de su sexo. Es lamentable que no se vea con claridad el carácter casi exclusivamente cultural de tal diferenciación y, por consiguiente, su relativismo. Se trata de una noción muy arraigada en nuestros usos y costumbres, por lo que es lógico que aflore casi espontáneamente en todos o en la mayoría de los miembros de nuestra sociedad. Influye también en esta percepción, la estructuración y difusión en categorías trascendentes y casi irreversibles que ha hecho el psicoanálisis, dando lugar a confusiones y prácticas educativas contraproducentes. Si un niño se queda sin padre o sin madre, por el motivo que fuere, no tiene por qué precisar en absoluto de una supuesta figura “paterna” o “materna”, respectivamente. Lo que si necesita el niño es que quien se responsabilice de él, sea padre o madre, tío o abuelo, conocido o desconocido, varón o hembra, le otorgue el trato que todo niño merece y necesita, de acuerdo con sus características psicológicas y evolutivas. Muchísimas personas adultas, cabales, responsables, íntegras, justas y honradas hemos conocido y conocemos que se han criado y desarrollado sin uno de los dos miembros de la pareja “tradicional” o sin ninguno de ellos. Por supuesto, también nos encontramos el caso contrario: personas no tan justas, cabales…… que se han criado con las figuras paterna y materna, porque lo que si influye definitivamente es el cuidado, la atención y las correctas prácticas educativas del o de los responsables del niño en cuestión, no las supuestas y quizás no tan “necesarias” figuras paterna y materna.