¿A quien creer?
En los meses de otoño se realizaba la tarea de abonar las tierras altas. Los montañeses metían en sacos el estiércol seco de las ovejas y a lomos de los burros lo subían, por empinadas veredas, hacía terrenos dispuestos en terrazas, donde sembraban lentejas, hieros o arbejos.
Uno de los vecinos, que tenía mucho abono que transportar (y muchas tierras que abonar) pidió prestado el burro a otro. Éste, que no tenía ganas de prestarle el animal, le dijo que no se lo podía dejar porque por la noche se había escapado a Valdeteja, pueblo a dos kilómetros de distancia, probablemente a ver a la burra de Antón que andaba alta. Estaba en estas explicaciones cuando el burro comenzó a rebuznar. Entonces el que se lo pedía dijo: -¿Cómo dices que no lo tienes en casa? Y el otro respondió muy enfadado: - Pues, como crees más a mi burro que a mí, no te lo presto.