el cazurro ilustrado

28 julio 2009

Reflexiones de ayer hacia mañana.

La fisonomía de Los Argüellos ha experimenta­do en los últimos años modificaciones profundas, que no escapan al observador más superficial y que son perceptibles tanto en la imagen exterior de los pueblos como sobre todo en la estructura social de sus comunidades. La población argollana ha disminuido notablemente en número y ha vis­to alterado fuera de toda proporción el índice de edad de sus habitantes actuales. Las relaciones so­ciales, las viejas normas que regulaban derechos y deberes ciudadanos, las formas de vida tradiciona­les cristalizadas en tipos determinados de trabajo, modos de diversión o estilo de comportamiento han cambiado consecuentemente de sentido. Me­dios diferentes de comunicación, de transporte y de actividad laboral señalan sin lugar a dudas la presencia de una época nueva en la historia de la región.
El modo de reaccionar ante las novedades en la vida individual o colectiva puede ofrecer, y de he­cho ofrece una multitud de variantes, desde el re­chazo brusco hasta la aceptación más entusiasta. Es imposible, sin embargo, comprender y valorar adecuadamente el momento presente sin un cono­cimiento previo del pasado, y tampoco resulta factible preparar y configurar el futuro sin una conciencia plena del tiempo actual.
El conocimiento del pasado se enfrenta siem­pre, y muy particularmente en este caso, con gra­ves dificultades, que ocasionalmente pueden pa­recer insalvables. El paso del tiempo transforma y destruye sin reparo las cosas y formas de vida que dan un sentido y ofrecen soporte material a la existencia. Con las generaciones humanas que de­saparecen de la escena de la historia cambian si­multáneamente la lengua y las costumbres, el mo­do de pensar y las reglas de convivencia, los idea­les y los instrumentos materiales para subsistir. Todos estos elementos se agrupan, no obstante, para formar conjuntamente una tradición cultu­ral, que se transmite de generación en generación y constituye la base del desarrollo y progreso de los pueblos. El conocimiento de cada uno de estos elementos y de sus relaciones mutuas es condición indispensable para establecer la conexión entre el pasado y el presente y comprender la importancia y el alcance de los cambios que ocurren en torno a nosotros.
Los Argüellos tienen una larga historia y po­seen un rico patrimonio cultural, existente toda­vía, en estado muy variable de conservación, en la lengua, leyendas y costumbres, ordenanzas de comportamiento ciudadano y legislación, docu­mentos escritos y objetos diversos de arte. Las ca­racterísticas peculiares de la cultura argollana se deben sin duda en gran parte a la clara delimitación ofrecida por las condiciones geográficas, que permiten un asentamiento permanente, pero no facilitan una gran movilidad. La historia de los Ar­güellos constituye un campo fecundo de investiga­ción. Los estudios realizados hasta el presente han puesto de relieve algunos aspectos importantes, pero significan solamente una contribución frag­mentaria al cuadro de la historia total. El origen de los habitantes argollanos, las distintas etapas de su historia, el nombre mismo de la región y de los pueblos no han recibido aún una explicación satisfactoria y completa.
Los cambios rápidos actuales en las condiciones de vida hacen sumamente urgente la tarea de fijar y recuperar las manifestaciones culturales del pa­sado que están en proceso de desaparición. La forma de cultura más radical, y al mismo tiempo más amenazada en la actualidad, está constituida por la lengua y la tradición oral que procede di­rectamente de ella. El romance argollano se carac­teriza por una gran riqueza lexical, fonética y sin­táctica y por notables variantes en los tres aspec­tos dentro de la misma región. La desaparición de los viejos instrumentos de trabajo y el cambio de las costumbres llevan consigo las palabras que de­signaban a unos y a otras y que solamente tienen sentido dentro de un determinado contexto cultu­ral. El único medio de fijación de todas estas for­mas lingüísticas consiste en la entrevista directa, con aquellas personas, cada día más escasas en número, que utilizan o conocen el vocabulario en que cobraron vida las tradiciones y leyendas res­pectivas. Los documentos escritos que han llegado hasta nosotros pueden prestar una ayuda subsidia­ria en algunas ocasiones, especialmente en el caso de las regulaciones y normas vigentes en la vida pública. Muchos documentos escritos de impor­tancia capital, sin embargo, han desaparecido y la mayoría de los que todavía existen ofrecen sola­mente la versión oficial de hechos e instituciones, que no reproduce necesariamente el sentimiento colectivo.
Una segunda forma de cultura, en que los cam­bios son externamente más apreciables, está dada en la esfera de los utensilios domésticos, instru­mentos de trabajo y medios de locomoción, ya se trate del objeto mismo de transporte o de las ru­tas a través de las cuales se realiza. Las viejas he­rramientas de labranza, los aparatos del ajuar de la casa y todo el instrumental de antiguos artesanos y caminantes han perdido su valor comercial de uso y consumo, y han adquirido a cambio, súbita­mente, un valor superior equiparable a piezas de museo, que son testimonios mudos de la historia. El aprecio de este valor requiere ciertamente algunas condiciones previas, que al igual que la cultura no están dadas por la naturaleza.
La primera condición es sin duda el deseo de saber cómo fue el pasado, por qué ocurrieron de­terminados acontecimientos, cuál es la relación entre este pasado real y el presente actual... Este deseo de saber se conoce desde tiempos remotos con el nombre de curiosidad intelectual, que a su vez es considerada como el origen de la sabiduría. La curiosidad intelectual, por su parte, es algo muy diferente de una mera especulación teórica carente de resultados positivos. El conocimiento integral del pasado en todas sus formas encierra la única posibilidad de apreciar justamente sus valores y de discernir sus vicios y sus virtudes. Tal vez por eso, los pueblos que no conocen su pasado es­tán condenados a recomenzarlo de nuevo y a re­petir eternamente los mismos errores.

Gabriel González Álvarez ( Escrito en el nº1 de la revista "Los Argüellos Leoneses". 1984)