el cazurro ilustrado

24 mayo 2009

Peste y gripe A.


En el año 1800, el valenciano José de Orga escribió un manual titulado “Idea general de la policía o tratado de policía”, subtitulado “sacado de los mejores autores que han escrito sobre este objeto, dividido por cuadernos, en los que se expondrán particularmente todas las materias pertenecientes a este ramo”.
En el apartado “De las enfermedades contagiosas” se refiere a los especiales cuidados que se deben tener en caso de epidemia de peste. Ya en aquellos tiempos eran minuciosos en la prevención de las epidemias, reglamentado los comportamientos necesarios para evitar las plagas malditas. Dice el autor que no hay remedio más eficaz como el de huir prontamente a un lugar apartado y por mucho tiempo. Asegura que los médicos antiguos estaban convencidos que no era siempre la malignidad del aire o la corrupción de los alimentos lo que causaba esta peligrosa enfermedad; una aflicción repentina y violenta, una tristeza habitual, una profunda melancolía pueden algunas veces trastornar de tal suerte el temperamento y turbar los humores que causan este mal efecto. Hasta tal punto esto era así que los médicos griegos usaban la música como preservativo y, según Plutarco este fue el solo remedio que Tales de Mileto práctico para liberar de ella a los lacedemonios.
Resalta que los cuidados de la policía en una calamidad pública debían consistir generalmente en facilitar a los enfermos todos los socorros espirituales y temporales conforme a su estado y a los sanos todas las precauciones necesarias para apartar de ellos la enfermedad.
El primer cuidado de la policía en esta materia consistía en saber puntualmente y a tiempo oportuno lo que pasaba sobre este asunto, fuese en las casas particulares, fuese en las comunidades y hospitales para facilitar todos los auxilios y remedios necesarios. Luego pertenecía a su prudencia distinguir aquellos enfermos que pudieran sin ningún riesgo para el público dejarse curar en sus casas y los que debían ser llevados a los hospitales; establecía que las casas de unos y otros fueran señaladas con ciertas señales claras para que se conociera que estaban infectadas y los sanos huyeran de ellas.
Regulaban que el santo viático no se llevara sino de noche y sin toques de campana para no asustar, porque según dictamen de los médicos esto sólo podría causar la peligrosa enfermedad.
Nombraban un número de médicos que solo debían medicar y curar a estos enfermos y hasta cuarenta días después o hasta que el tribunal lo decidiera, no podían visitar a otro tipo de enfermos ni frecuentar a otras personas.
Advertía de la necesidad de aseo y limpieza interior de las casas: instalación de letrinas, prohibición de guardar aguas corrompidas; no permitir la cría de cerdos, conejos, patos ni pichones, fuesen para uso privado o para vender.
La limpieza de las calles y la retirada de las inmundicias fuera de la ciudad era obligatoria para contribuir a la sanidad del aire.
Debían mantener pura el agua de los ríos, evitando arrojar en él sangre de las personas enfermas u otro tipo de suciedades.
Tomaban precauciones sobre el transporte o venta de muebles y vestidos para prevenir la enfermedad y también contra las colgaduras de luto en las iglesias. Hasta hacían cesar la mendiguez, reseñando que en Paris, en el año 1596, los mendigos causaron tan violento contagio que se decretó que el pobre que no saliera de la ciudad de 24 horas, sería ahorcado sin necesidad de juicio.
Hacer fuegos para purificar el aire y echar agua en las entradas de las casa eran otras dos medidas generales que se recomendaban.
La cuarentena a los convalecientes y para las gentes de su casa a fin de no contagiara a los demás era obligada.
Los muertos debían enterrarse inmediatamente en un ataúd, por la noche y llevar delante una luz para que los sanos, viéndola, pudieran apartarse. Los enterradores no podían tratar con los sanos.
Cuando se detectaba un brote epidémico en un pueblo o ciudad, la junta de sanidad establecía una especie da bloqueo en los caminos reales y avenidas para impedir que la gente entrara o saliera del esos lugares, antes de ser sahumado y haber hecho cuarentena, bajo pena de muerte. Impedían todo tipo de intercambio de mercancías con el lugar infectado; si la ciudad infectada necesitaba víveres se los dejaban a trescientos pasos y su dinero se ponía en vinagre o agua hirviendo antes de cogerlo; las cartas se llevaban a un ventiladero donde se pasaban por humo de pólvora antes de abrirlas.
Recomienda el autor llevar un limón claveteado de clavos aromáticos, una raíz de angélica, ruda alguna hierba fuerte o una esponja mojada con vinagre compuesto, pero no llevar estos preservativos juntos a una vez y cambiarles cada semana.
La OMS, a propósito de la gripe A hace, entre otras, estas recomendaciones:
Evitar tocarse la boca y la nariz;
Lavarse las manos meticulosa y regularmente con agua y jabón o preparaciones alcohólicas (especialmente si se tocan la boca, la nariz o superficies que puedan estar contaminadas);
Evitar contactos estrechos con personas que puedan estar enfermas;
A ser posible, reducir la estancia en lugares concurridos;
Mejorar la ventilación abriendo las ventanas;
Mantener hábitos saludables: dormir bien, comer alimentos nutritivos y mantenerse activo físicamente.
Así pues, se comprueba que en los doscientos años que median entre aquel manual y estas recomendaciones de la OMS, las medidas más eficaces contra las pandemias consisten en la evitación del contacto con el agente patógeno y, en este sentido, eran más exhaustivos antes que ahora. Pero entonces y hoy, quien no teme el contagio no hace caso de las amenazas, lo que no deja de ser una estrategia más.

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