el cazurro ilustrado

20 julio 2009

La muerte de una cámara.


Ocurrió casualmente hace cinco años; era el cumpleaños de mi hijo y se la regalé. Unos meses después, al ver que él no la usaba, la cogí bajo mi tutela e hice las primeras fotos. Quiso el destino que estuviera en la collada de Ubierzo, donde contemplaba un paisaje irrepetible. Navegando azarosamente por la red, descubrí los Blogs y, para probar de que iba eso, comencé por realizar éste, luego el de Valdepiélago y un poco más tarde el de Valverde de Curueño y el de Valdeteja. En estos cinco años me acompañó a todos los lugares, y levantó acta de todo lo que yo veía interesante. Estuvimos juntos a dieciséis grados bajo cero en alguna madrugada de cualquier frío invierno y a cuarenta grados sobre cero en esos días de verano en los que abandonábamos la montaña para ver lo que ocurría en el llano. No quedó ninguna estación del año, ni paisaje, ni paisanaje, ni animal salvaje, ni doméstico, ni tarea, ni herramienta, ni uso, ni costumbre de las que hay por esta montaña que no quedara reflejada en las treinta mil fotografías que llevó en su tarjeta.
Los cambios climáticos, el abusivo uso y el a veces trato inadecuado hicieron que su circuitos fueran desgastándose y ya en esta última temporada, noté que las cosas ya no iban como al principio: al objetivo le costaba salir y lo conseguía después de varios intentos, la pantalla se encendía a media luz, el zoom funcionaba una vez y luego demandaba “ apagar y volver a encender”. Ante señales tan evidentes de que la salud de mi querida cámara no estaba bien, la dejé reposar una larga temporada. Por eso y sin que suene a disculpa hace tiempo que no se actualizan los blogs de Valverde y Valdeteja y por esta misma razón, las fotos de las últimas entradas de este blog son del archivo de las treinta mil que antes os comenté. El reposo a esta cámara sólo le sirvió para demostrarle lo que era la situación contraria al movimiento. Un día le puse pilas nuevas y la encendí. En un desesperado intento por sobrevivir, se empeñó sin éxito en sacar el objetivo, pero ya no fue posible y se apagó para siempre. Sus circuitos, obturados por el polvo de la hierba, artríticos por las diversas humedades y febriles por las múltiples bacterias que los recorrían, dejaron de funcionar definitivamente. Ahora mi cámara descansa para siempre en un lugar privilegiado de uno de los cajones donde guardo aquello que servirá de estímulo para elicitar, al menos, treinta mil recuerdos. Gracias cámara Sony y hasta siempre.

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