el cazurro ilustrado

30 julio 2007

Comportamientos ante enfermedades desconocidas.


Cuenta Tucídides en “Historia de la guerra del Peloponeso” que una epidemia se llevó por delante a miles de atenienses. Los médicos de la época no acertaban con el remedio e incluso muchos de ellos morían al visitar a los enfermos. No había conocimiento humano que la remediara, aunque probaron de todo, hasta votos, plegarias y adivinaciones. Los sanos se veían súbitamente heridos sin causa conocida; primero sentían un fuerte y excesivo calor en la cabeza; los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas y el aliento hediondo; estornudar continuo; la voz ronca; gran tos, que causaba un dolor muy agudo; lanzaban por la boca vómitos hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos, y a otros les duraba más.
Lo más grave era la desesperación y la desconfianza del hombre al sentirse atacado, pues muchos, teniéndose ya por muertos, no hacían resistencia ninguna al mal.

Dice que la epidemia fue además causa de malas costumbres, porque no tenían vergüenza los atenienses de hacer públicamente lo que antes hacían en secreto, por vicio y deleite. Los que morían de repente eran bienaventurados en comparación de aquellos que tardaban más en morir; los pobres que heredaban los bienes de los ricos, no pensaban sino en gastarlos pronto en pasatiempos y deleites, les perecía que no podían hacer cosa mejor, no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos en seguida y con ellos la vida. Y no había ninguno que por respeto a la virtud, aunque la conociese y entendiese, quisiera emprender cosa buena, que exigiera cuidado o trabajo, no teniendo esperanza de vivir tanto que la pudiese ver acabada, antes todo aquello que por entonces hallaban alegre y placentero al apetito humano lo tenían y reputaban por honesto y provechoso, sin algún temor de los dioses o de las leyes, pues les parecía que era igual hacer mal o bien, atendiendo a que morían los buenos como los malos, y no esperaban vivir tanto tiempo, que pudiese venir sobre ellos castigo de sus malos hechos por mano de justicia, antes esperaban el castigo mayor por la sentencia de los dioses, que ya estaba dada, de morir de aquella pestilencia. Y pues la cosa pasaba así, les parecía mejor emplear el poco tiempo que habían de vivir en pasatiempos, placeres y vicios.
Si hoy sobreviniera una enfermedad agresiva, mortal y las artes curativas no dieran con el remedio, ¿serían diferentes en lo sustancial nuestros comportamientos a los de los atenienses?.

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