Nunca es tarde para la socialización.
La domesticación de la gallina supuso un gran avance para la dieta de la humanidad y un grave retroceso para la calidad de vida de estos animales, sobretodo con la llegada de las granjas industriales, en las que pasan de la condición de huevo a la cazuela sin haber experimentado ninguna de las etapas de la vida silvestre. La gallina en estas granjas no corre a esconderse, no busca alimento, no resuelve problemas, no sufre, no lucha, no corteja, no copula, no sabe nada del sentido de su vida. Nace y vive encerrada con miles de sus iguales, poniendo huevos hasta lograr el engorde necesario para cocinarla. Sin embargo, en los inicios de la domesticación, ya decía Zaratustra que de esta especie debíamos imitar cuatro comportamientos: pelear, madrugar, comer en familia y defender a la prole cuando está en apuros.
Ya os conté la liberación de cuatro ejemplares de estas cárceles, para iniciar un proceso de socialización que sigue su curso sin sobresaltos. Aún no han aprendido a pelear, ni han sentido la necesidad de descendencia, pero han aprendido a madrugar, a comer en familia, a dormir en un palo, a picotear y escarbar en la tierra, a darse baños de polvo, a buscar la sombra cuando el sol más calienta y un techo cuando llueve y, poco a poco, van explorando el entorno, en el que descubren cada metro que avanzan nuevos y sorprendentes estímulos. Les ocurre en estos momentos del tratamiento, como a aquel sapo que vivía en el pozo de la huerta del cura, cuando por un azar salió en el cubo que el cura había introducido para sacar agua y vio la huerta con su tapia, comprendió que el mundo era mucho más grande de lo que había imaginado; llegaba incluso más allá del muro que rodeaba el huerto. Ya saben o intuyen estas gallinas que hay un mundo mucho más grande que la nave industrial de donde vienen y también más amplio de lo que conocen hasta la fecha.
Ya os conté la liberación de cuatro ejemplares de estas cárceles, para iniciar un proceso de socialización que sigue su curso sin sobresaltos. Aún no han aprendido a pelear, ni han sentido la necesidad de descendencia, pero han aprendido a madrugar, a comer en familia, a dormir en un palo, a picotear y escarbar en la tierra, a darse baños de polvo, a buscar la sombra cuando el sol más calienta y un techo cuando llueve y, poco a poco, van explorando el entorno, en el que descubren cada metro que avanzan nuevos y sorprendentes estímulos. Les ocurre en estos momentos del tratamiento, como a aquel sapo que vivía en el pozo de la huerta del cura, cuando por un azar salió en el cubo que el cura había introducido para sacar agua y vio la huerta con su tapia, comprendió que el mundo era mucho más grande de lo que había imaginado; llegaba incluso más allá del muro que rodeaba el huerto. Ya saben o intuyen estas gallinas que hay un mundo mucho más grande que la nave industrial de donde vienen y también más amplio de lo que conocen hasta la fecha.