Avaricia.
A los pocos días, mientras él ofrecía un sacrificio en el templo, sus hijos jugaban en casa imitando lo que hacía su padre; uno de los niños puso la cabeza en el altar y el otro le asestó un golpe con el cuchillo bien afilado y le mató. Al ver lo sucedido, los criados comenzaron a dar voces. La madre acudió a donde estaban sus hijos y horrorizada, llena de ira, dio un golpe al niño vivo y también lo mató. Llegó el padre a casa, vio a sus dos hijos muertos y al enterarse de lo sucedido, rebosando indignación, mató a su mujer. Apresado después, confesó que la cadena había comenzado en sus manos, cuando mató al extranjero. Y es que si hubiese tenido tanta codicia de su honra como de los bienes ajenos, ni su mujer e hijos estarían muertos ni la infamia habría acabado con él.