el cazurro ilustrado

19 junio 2007

Avaricia.

Cuenta Claudio Eliano que en la ciudad de Mitilene residía un sacerdote del Dios Baco que era muy estimado y respetado. Habitualmente ofrecía sacrificios en el tempo, pero también lo hacía en su casa, donde vivía con su mujer y sus dos hijos. Hasta allí llegó un día un extranjero que fiándose de él le dejó gran cantidad de oro para que se la guardara. El sacerdote hizo un agujero en el suelo del templo enterró el oro. Pasados unos meses volvió el extranjero a por sus bienes y el sacerdote le llevó al templo para dárselo, pero en el mismo agujero del que sacó el oro, enterró el cadáver del extranjero al que había matado alevosamente. Volvió a casa muy contento, sabiéndose rico y pensando que al no darse cuanta nadie del hecho, sería como si no hubiera ocurrido.
A los pocos días, mientras él ofrecía un sacrificio en el templo, sus hijos jugaban en casa imitando lo que hacía su padre; uno de los niños puso la cabeza en el altar y el otro le asestó un golpe con el cuchillo bien afilado y le mató. Al ver lo sucedido, los criados comenzaron a dar voces. La madre acudió a donde estaban sus hijos y horrorizada, llena de ira, dio un golpe al niño vivo y también lo mató. Llegó el padre a casa, vio a sus dos hijos muertos y al enterarse de lo sucedido, rebosando indignación, mató a su mujer. Apresado después, confesó que la cadena había comenzado en sus manos, cuando mató al extranjero. Y es que si hubiese tenido tanta codicia de su honra como de los bienes ajenos, ni su mujer e hijos estarían muertos ni la infamia habría acabado con él.