Combatir los calores estivales.
Como es probable que se repita este verano la ola de calor que vivimos en el año 2003 y que, según un estudio, se saldó con más de 70.000 muertos en Europa, el ministerio de sanidad ha puesto en marcha un plan de prevención dirigido especialmente a ancianos , niños, enfermos crónicos, gente socialmente desfavorecida y trabajadores al aire libre.
Las medidas que el Ministerio recomienda son: beber agua aunque no se tenga sed, protegerse del sol, evitar esfuerzos físicos en las horas de mayor insolación, permanecer en lugares frescos, sombreados o con aire acondicionado, y usar ropa clara, ligera y transpirable.
En la Roma clásica ya se tomaban medidas contra los calores malsanos del verano. Prohibieron los romanos que en los meses de julio y agosto ejerciesen su oficio las “mujeres públicas” porque corrompían la sangre de los mozos en los actos venéreos, al añadirse el calor estival. Impidieron que se vendiera fruta en los mercados porque pensaban que las mujeres delicadas, por el mucho calor, y los pobres, por no tener más remedio, sólo comían fruta y estas ingestas llenaban las casas de fiebres y calenturas. Vetaron que los vecinos anduviesen al sereno de las noches veraniegas, porque las liviandades y amores que surgían en aquellas noches eran seguidas por enfermedades y dolores durante el día. Suprimieron la venta de vinos de España ya que pensaban que la intensidad el sol, mezclada con estos caldos, probabilizaba la muerte. Obligaron a sanear los muladares, a limpiar las calles y a barrer las casas porque vieron que el aire corrupto del verano engendraba mucha pestilencia si había suciedad.
Así pues, los calores estivales ni son nuevos, ni inocentes, ni inofensivos y han obligado a los humanos a combatirlos con múltiples y hasta eficaces medidas, algunas de ellas con efectos colaterales indeseables, como ocurría cuando el disoluto emperador Heliogábalo hacía traer a su palacio tal cantidad de nieve, que más parecía que había nevado que no que la hubiesen traído de la montaña. Cuando el calor la derretía se formaban tales riadas por las calles de Roma que ni paredes ni casas ni torres quedaban en pie.