el cazurro ilustrado

11 abril 2007

Deseos y esperanzas.


Están los humanos tan ocupados en sus trabajos para conseguir las cosas que desean y tan cargados de responsabilidades mantener lo conseguido, que casi no tienen tiempo para comer, dormir y menos para disfrutar. A veces les faltan las fuerzas y el juicio, les cambian los apetitos y se les desordenan los deseos, ya que lo que querían hace tiempo, lo aborrecen ahora; y lo que alcanzaron con gran esfuerzo, con desprecio lo abandonan. Desean una cosa, hacen lo posible e imposible por conseguirla, una vez que la alcanzan la aborrecen y comienzan de nuevo a desear otra hasta que la consiguen y así acaban antes con su vida que con la esperanza de alcanzar los deseos. Entonces, la probabilidad de satisfacer los deseos es una definición de la esperanza humana. Implica la ausencia de alguna contingencia agradable y reforzante y la anticipación y creencia en la posibilidad de llegar a ella. En cambio, la desesperanza, desesperación y/o depresión vendrían determinadas o bien por la ausencia de deseos o por la falta de habilidades para conseguir los que se tienen, porque el sujeto desesperado ve los sucesos como inevitables, sin ninguna opción de cambio y que nada se puede hacer para escapar del avieso destino.
Cuando los deseos son desmedidos o cuando su ausencia es casi patológica, recuerdo a Tales de Mileto que, preguntado por qué no procreaba hijos, respondió que «por lo mucho que deseaba tenerlos» y aconsejándole su madre que se casase, respondió que «todavía era temprano»; pasados algunos años, insistió su madre con mayor ahínco y dijo Tales que «ya era tarde».