A "caras" va la mano.
O a cruces. En la semana santa de León, mientras papones, seises y abades invaden las calles portando los pasos que representan escenas de la pasión, se inicia en litúrgicos locales de alterne la pasión por el juego de las chapas. El baratero anima a los jugadores, reunidos en corro, a que apuesten. El dinero de las apuestas está en el suelo. El jugador que es “mano” lanza al aire dos monedas y espera a que muestren su haz o su envés . Si ambas coinciden por la cara o por la cruz, quien apostó por una de las dos posibilidades recoge el dinero. Si la “ mano” gana, vuelve a apostar, el resto cubre la apuesta y se tiran de nuevo las monedas ante la mirada del baratero que, como si de un árbitro se tratara, juzga si la tirada ha sido válida o no. Si no ha sido legal, porque las monedas chocaron contra el techo o contra algún jugador, grita “badajo” y queda anulada la tirada, repitiéndose el lanzamiento. Lo mismo ocurre si una moneda muestra la cara y otra la cruz. Así transcurre la noche, mientras los dineros cambian de mano según el azaroso capricho de las dos monedas. Este juego sólo es legal en semana santa, justificado porque recuerda el juego que practicaron los soldados romanos para ver quien se quedaba con la túnica de Cristo. Sea por esto o sea por recordar que la vida misma es un juego, se demuestra que el que juega por necesidad, pierde por obligación, tanto en la vida como en el juego.