el cazurro ilustrado

29 marzo 2007

El presidente Zapatero, las preguntas y el precio del café.


Si preguntáramos a un agricultor con qué fin riega tanto sus plantas nos respondería que para sacar más dinero de sus hortalizas.
Si preguntásemos al filósofo Bías por el hombre más desgraciado, nos contestaría que el hombre más desgraciado es el que no puede sufrir en la desgracia, porque no matan al hombre las adversidades sino la impaciencia que tenemos en ellas.
Si preguntáramos al filósofo Pisto a quién considera el más loco del mundo, nos contestaría que el más loco es aquel que de lo que dice no se sigue ningún provecho, porque es menos loco el que tira piedras que el que dice palabras necias.
Si preguntásemos a Tales de Mileto qué tiene que hacer el hombre para vivir justamente nos respondería que lo que tiene que hacer es tomar para si los consejos que da a otros ya que el mayor error de los mortales es que les sobran consejos para los otros y les falta uno bueno para si mismos.
Si preguntáramos al presidente Zapatero que cuánto cuesta un café nos respondería que con ochenta céntimos de euro ya está bien pagado un café y si cobran más en la mayoría de los establecimientos es por el afán de aumentar la distancia entre lo que cuesta y lo que vale realmente.
Pero antes de responder a cualquier pregunta deberíamos hacer lo mismo que hizo Marco Aurelio. Ante la pregunta de un senador, no dio una respuesta inmediata, sino que esperó al día siguiente para contestar. Razonaba que es señal de poca sabiduría y de mucha locura que a cada pregunta se de luego una respuesta porque la osadía que tienen los hombres simples en preguntar no la han de tener los hombres sabios en responder. Si la pregunta procede de la ignorancia, la respuesta ha de proceder de la cordura. Mal les irá a los sabios si tienen que responder a todas las preguntas simples y maliciosas (que se hacen más para lastimar que para aprovechar y más para tentar que para saber). Los hombres cuerdos deben pasar con disimulo o ignorar este tipo de preguntas, porque los sabios y prudentes deben tener las orejas muy abiertas (para oír) y las bocas muy cerradas (para callar).