Árboles, medio ambiente y vida.
El programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas (UNEP) ha puesto en marcha un plan para conseguir que durante 2007 se planten en el mundo 1.000 millones de árboles, ya que absorben parte de las emisiones de dióxido de carbono que emite el hombre, regulan la temperatura y la humedad, ayudan a reducir los decibelios y pueden reducir o ralentizar los temidos afectos del cambio climático.
Sin ningún temor a los efectos del cambio climático, hacia el año mil setecientos, regían en la montaña leonesa unas ordenanzas que obligaban a cada vecino plantar cada año, cuatro árboles frutales y cuatro no frutales además de exigir que tuvieran hurto, nabar y lentejar.
Corrió posteriormente el bulo de que quien plantaba un árbol, lo hacía para que recogieran el fruto sus nietos y entonces se difuminó la costumbre.
Ahora algún ayuntamiento de nuestra provincia implanta la costumbre de plantar un árbol por cada niño que nace. Aconsejaba Joaquín Costa que el año que nos nace un hijo plantáramos una tierra de árboles, cuando el niño cumpla cinco años y lo enviemos a la escuela, aquel mismo día ya los frutales y los almendros nos darán cosecha. Cuando el niño vaya al Instituto y los castaños nos darán una cosecha de madera, y los olivos una de aceite y las encinas una de trufas. Cuando se matricule en la Universidad, el encinar nos dará su primera cosecha de bellota, y el palmeral de dátiles. Sale de la Universidad y ya los frutales que han fructificado trece o catorce años están viejos y podéis plantarlos segunda vez; ya los olivos están en plena producción; ya las palmeras, los naranjos, los manzanos, los cerezos, los almendros, las encinas están cansados de producir y de enriqueceros, y de trabajar en el campo para vuestro hijo que está educándose en la escuela, en el Instituto o en la Universidad. Cuando vosotros dais un hijo a la sociedad, los árboles os han dado ya los suyos años y años.
Sin ningún temor a los efectos del cambio climático, hacia el año mil setecientos, regían en la montaña leonesa unas ordenanzas que obligaban a cada vecino plantar cada año, cuatro árboles frutales y cuatro no frutales además de exigir que tuvieran hurto, nabar y lentejar.
Corrió posteriormente el bulo de que quien plantaba un árbol, lo hacía para que recogieran el fruto sus nietos y entonces se difuminó la costumbre.
Ahora algún ayuntamiento de nuestra provincia implanta la costumbre de plantar un árbol por cada niño que nace. Aconsejaba Joaquín Costa que el año que nos nace un hijo plantáramos una tierra de árboles, cuando el niño cumpla cinco años y lo enviemos a la escuela, aquel mismo día ya los frutales y los almendros nos darán cosecha. Cuando el niño vaya al Instituto y los castaños nos darán una cosecha de madera, y los olivos una de aceite y las encinas una de trufas. Cuando se matricule en la Universidad, el encinar nos dará su primera cosecha de bellota, y el palmeral de dátiles. Sale de la Universidad y ya los frutales que han fructificado trece o catorce años están viejos y podéis plantarlos segunda vez; ya los olivos están en plena producción; ya las palmeras, los naranjos, los manzanos, los cerezos, los almendros, las encinas están cansados de producir y de enriqueceros, y de trabajar en el campo para vuestro hijo que está educándose en la escuela, en el Instituto o en la Universidad. Cuando vosotros dais un hijo a la sociedad, los árboles os han dado ya los suyos años y años.