el cazurro ilustrado

27 diciembre 2006

Fascinación.


Habla Plinio el viejo de una influencia perniciosa que cualquier persona puede ejercer sobre lo que le rodea sin recurrir a ninguna ceremonia ni fórmula mágica, incluso contra su voluntad. Este daño se causa por medio de la palabra, el aliento, la saliva y fundamentalmente con la mirada. Resalta Plinio que si casualmente se alaban o se miran en exceso hermosos árboles, fértiles campos, agradables niños, excelentes caballos, saludables
rebaños, perecen todos sin ninguna otra causa. Se llama a este fenómeno “fascinación” y se define como la acción de dañar a otro con la vista; pero se necesita obligatoriamente que el fascinante mire al fascinado con envidia; aunque, en algunos casos, no sólo la envidia, sino también el amor puede producir este mal efecto mirando y alabando a alguien. Los síntomas comunes son cansancio, adormecimiento o pesadez y termina la víctima enfermando gravemente.
Crearon los romanos al Dios Fascino para que les protegiera de la fascinación. La imagen de este Dios era un falo y la colgaban del cuello a modo de amuleto para distraer la posible mirada funesta. También la colgaban de los carros triunfales ya que los que iban en ellos gozaban de la gloria del triunfo, y como podían ser objeto de la más rabiosa envidia, necesitaban de aquel remedio.
Unas veces fascinados y otras fascinadores, envidiados y envidiosos, o nos lanzan o lanzamos miradas envenenadas, pero maleficios y remedios están mezclados con tanta equidad que no notamos ni unos ni otros.