Truhanes en la tele.
Mucho antes de que la televisión se convirtiera en el altar casero en torno al cual se reúne toda la familia en posición orante, silenciosa, atenta, que ríe las gracias y los chistes o llora las penas que se cuentan, ya había personas sin vergüenza y engañadores que con bufonadas, gestos, cuentos y patrañas procuraban divertir o hacer reír a la gente.
En Roma los llamaban truhanes, pantomimos, histriónicos o farsantes.
Blondo, en el libro De Roma triumphante, cuenta la regulación de estos oficios:
Exigían las leyes romanas que fuesen examinados para ver si eran hombres prudentes y sabios, porque pensaban que cuanto más livianos fueran los oficios, más necesario era que estuviesen en poder de hombres cuerdos.
Requerían también la comprobación de que fueran hábiles y graciosos en su oficio, porque sabían que es tan loco como el mismo loco el que escucha a un truhán estúpido.
No permitían que ningún truhán ejerciese su oficio si antes no sabía otros oficios, para que si en las fiestas hacían reír, el resto de los días tuvieran otras cosas en las que trabajar.
Castigaban con grandes penas al truhán que dijese cosas maliciosas ya que eran pocos los que se reían con estas malicias y muchos los que se quejaban de ellas.
No permitían los romanos que se hicieran representaciones en las casas particulares, sino en lugares públicos, ya que habían comprobado que quien las hacía en privado se volvía ocioso y los que las veían se tornaban viciosos.
No contentos los romanos con lo anterior, ordenaron que los juglares y truhanes no recibieran dinero privado por las representaciones que hacían y para evitar sus quejas, acordaron que cobraran mil sestercios del erario público.
Sabían que da más trabajo corregir a dos locos que gobernar a cien cuerdos. También lo decía mi abuelo: “un tonto hace ciento, si le dan lugar y tiempo”.
No estaría mal que regulaciones similares se aplicaran a los pantomimos que se asoman cada día a la pantalla de la tele.