el cazurro ilustrado

09 enero 2007

Morir a los cincuenta.


Subí a las ruinas del castillo de Montuerto esperando encontrar restos, escombros, cascotes y despojos, entre los que pudiera haber algún vestigio o reliquia de lo que fue. Trepé al muro y vi las tumbas arregladas dentro del recinto cercado.
No saben los de Montuerto que han puesto en práctica las palabras de uno de los secretarios del emperador Marco Aurelio cuando reflexionaba sobre la muerte diciendo que no es otra cosa la sepultura sino un castillo en el que nos refugiamos contra los sobresaltos de la vida y contra los vaivenes de la fortuna.
No es seguro, pero es probable que también pensaran como el Emperador Augusto que decía que una vez que los hombres alcanzan los cincuenta años, se habían de morir por su propia voluntad o habría que matarlos a la fuerza, porque si han sido felices, en esa edad llega la cumbre y el término de ella. A partir de esa edad lo que puede ocurrir son enfermedades graves, muerte de hijos, pérdidas de hacienda, inoportunidades de los yernos, entierro de amigos, sustento de pleitos, pago de deudas, suspiros por el pasado, lloros por el presente, disimulo de injurias, escuchar lastimosas noticias y otros penosos trabajos; por lo que más valdría tener los ojos cerrados en la sepultura que no abiertos para sufrir esta mísera vida. El que deja la vida a los cincuenta años, se ahorra ver lo más enojoso de ella, y cuanto más vive un hombre, mas cuesta abajo va, no caminando, sino rodando, tropezando y cayendo.
Mi más sentido pésame a la familia de Loli, que con cincuenta años nos dejó.