Rogativas, lluvia y superstición.
Acordarse de santa Bárbara cuando truena para que deje de hacerlo es una conducta tan supersticiosa como sacar en rogativa a cualquier Virgen o Cristo para que llueva. Ambas surgen cuando la conexión entre una respuesta y el reforzador que le sigue es accidental y azaroso. En estos casos no hay una relación real de causa-efecto entre la respuesta y el reforzador. El hecho fortuito de que ocasionalmente llueva tras una de estas rogativas refuerza a los necesitados de lluvia para que sigan haciéndolas. Ocurre además que, de igual manera que “nunca lluvió que no parara”, tampoco nunca hubo una sequía tan grande que después no lloviera. La vida nos somete en multitud de ocasiones a programas de razón variable, en los que el reforzador ( en este caso la lluvia) será administrado (lloverá) después de un número variable e imprevisible de respuestas (rezos y/o rogativas); la incertidumbre y el desconocimiento de cuando llegará la lluvia hace que el superticioso se comporte constantemente (ruegos) y, si al fin llueve, relacionara causalmente la lluvia con sus rezos, convirtiendo la casualidad en causalidad.
Es entonces la superstición un efecto colateral no deseable del análisis contingencial y adaptativo que los humanos hacen para controlar el entorno. Cuando se endurecen las condiciones de vida, los recursos escasean y todo se vuelve incontrolable y amenazador, las conductas supersticiosas aumentan en frecuencia, intensidad y duración, porque el afligido cree con más facilidad lo que desea (Séneca) aunque la superstición traiga mala suerte (Umberto Eco).