Creatividad, ingenio y recursos.
Proporcionar a los niños juegos de construcción, música, libros, pinturas, llevarlos a jugar a aire libre, enseñarles a bailar, facilitarles el uso del ordenador y un sin fin de actividades recomiendan los expertos para fomentar la creatividad en la infancia. No pongo en duda la eficacia de sus propuestas, pero estoy convencido de que también la ausencia de estos estímulos puede fomentar la creatividad. Dicho de otro modo: es altamente probable que la escasez de estímulos agudice el ingenio y la creatividad.
En entornos en los que no se disponía de libros, ni de cuentos; en los que la poca música que se escuchaba era la que emitía Radio Nacional de España; en los que las pinturas se utilizaban austeramente y sólo en el aula; en los que el baile se veía o practicaba una vez al año en las fiestas patronales y en los que los juguetes tenían una presencia testimonial el día de Reyes, los niños mostraban comportamientos altamente creativos.
Así, a falta de otros recursos, jugaban a ver quien llegaba más lejos con la meada, fortaleciendo sin saberlo, los músculos esfinterianos y detrusores. Afilaban eficazmente la navaja, que siempre llevaban en el bolsillo, para hacer “chiflas” polifónicas con las ramas verdes de fresnos y salgueras. Ataban racimos de latas viejas en los rabos de perros y burros “ balduendos”, provocando una estampida y el enfado monumental de sus dueños. Robaban manzanas de los huertos más vigilados para demostrarse a sí mismos sus habilidades. Fabricaban arcos y flechas con ramas y cuerdas o convertían las ballestas de los paraguas viejos en saetas. Afinaban tanto la puntería lanzando piedras que podían derribar un pardal a veinticinco metros. Distinguían a cada animal sin error por los balidos, mugidos, ladridos o maullidos. Trepaban a los árboles con pericia de monos y se encaramaban a las peñas con destreza de cabras. Capturaban tábanos a los que perforaban el abdomen con una paja para que cuando se posasen ya no consiguieran remontar el vuelo. Jugaban al futbol con las madreñas calzadas. Se agachaban discretamente para decubrir el color de la ropa interior de su maestra. Estaban continuamente haciendo algo, aunque solo fuera espantar moscas como el diablo, con el rabo cuando no tiene más que hacer. Esa intensa actividad les obligaba, además, a mostrar un gran ingenio para librarse de las múltiples acciones (“calcar”, “estimpanar“, zurcir”, “arrear”, “sascudir”, “untar”, “meter”; “atizar”;”machacar”, “cascar”; “cobrar”, “dar”; “calentar” y “zumbar”) que los adultos iniciaban contra ellos por no entender su gran creatividad e ingenio.
En entornos en los que no se disponía de libros, ni de cuentos; en los que la poca música que se escuchaba era la que emitía Radio Nacional de España; en los que las pinturas se utilizaban austeramente y sólo en el aula; en los que el baile se veía o practicaba una vez al año en las fiestas patronales y en los que los juguetes tenían una presencia testimonial el día de Reyes, los niños mostraban comportamientos altamente creativos.
Así, a falta de otros recursos, jugaban a ver quien llegaba más lejos con la meada, fortaleciendo sin saberlo, los músculos esfinterianos y detrusores. Afilaban eficazmente la navaja, que siempre llevaban en el bolsillo, para hacer “chiflas” polifónicas con las ramas verdes de fresnos y salgueras. Ataban racimos de latas viejas en los rabos de perros y burros “ balduendos”, provocando una estampida y el enfado monumental de sus dueños. Robaban manzanas de los huertos más vigilados para demostrarse a sí mismos sus habilidades. Fabricaban arcos y flechas con ramas y cuerdas o convertían las ballestas de los paraguas viejos en saetas. Afinaban tanto la puntería lanzando piedras que podían derribar un pardal a veinticinco metros. Distinguían a cada animal sin error por los balidos, mugidos, ladridos o maullidos. Trepaban a los árboles con pericia de monos y se encaramaban a las peñas con destreza de cabras. Capturaban tábanos a los que perforaban el abdomen con una paja para que cuando se posasen ya no consiguieran remontar el vuelo. Jugaban al futbol con las madreñas calzadas. Se agachaban discretamente para decubrir el color de la ropa interior de su maestra. Estaban continuamente haciendo algo, aunque solo fuera espantar moscas como el diablo, con el rabo cuando no tiene más que hacer. Esa intensa actividad les obligaba, además, a mostrar un gran ingenio para librarse de las múltiples acciones (“calcar”, “estimpanar“, zurcir”, “arrear”, “sascudir”, “untar”, “meter”; “atizar”;”machacar”, “cascar”; “cobrar”, “dar”; “calentar” y “zumbar”) que los adultos iniciaban contra ellos por no entender su gran creatividad e ingenio.