Razones, argumentos y debates.
En cada debate, en cada tertulia, en los parlamentos de la más diversa índole y en cada enfrentamiento de posturas diferentes, vemos a los oponentes poner demasiado énfasis en la defensa de sus posturas con gritos, aullidos y hasta llamaradas de odio en los ojos. Otras veces aparecen el desprecio o menosprecio del contrario y un guirigay de voces donde todos mantienen que la razón les asiste. No faltan las risas ladinas y los exagerados gestos negando con cada músculo del cuerpo. Abundan también las trampas lingüísticas, los argumentos “ad hoc”, los “falsos” datos estadísticos y, sobre todo prevalece el no escuchar, el no respetar el turno de palabra y el intentar “echar encima” al público y/o a los partidarios. En este ambiente “tan formativo” hablamos sin ningún rubor de educar en la tolerancia y el respeto. Quizás debieran los tertulianos aprender de Diógenes cuando su interlocutor le demostraba que no era hombre con este argumento: Lo que yo soy, no lo eres tú: yo soy hombre: luego tú no eres hombre. A lo que respondió Diogenes: Empieza el silogismo por mí y sacarás una conclusión verdadera. Al empezar por Diogenes el silogismo, tuvo el interlocutor que razonar así: Lo que tú eres, no lo soy yo: tú eres hombre: luego yo no soy hombre.