¿Qué hay en un nombre?.
Si los nombres de las personas se imponían mediante el ritual del bautismo y la elección se llevaba a cabo, como hemos visto, según el nombre de los antepasados o del santoral y, en épocas recientes, según los personajes de moda; con el nombres de las vacas se hacía otro tanto, salvo el ritual del bautismo y la recurrencia al santoral; es decir, también en la elección del nombre se miraba a los nombres de las antepasadas y en vez de mirar al santoral , se miraban determinadas características físicas, como el color de la piel o la procedencia de la madre. A partir de la llegada de la inseminación artificial, se otorgó al veterinario, en muchas ocasiones, el honor de que “bautizara” a los animales, ya que tenía parte de responsabilidad en la paternidad del ternero o ternera que iba a nacer. Y aparecieron entonces nombres “raros” o, al menos, no conocidos hasta entonces en estos lugares.
Los nombres tradicionales de las vacas fueron Paloma, Rebeca, Corva, Liebre, Gallarda, Corza, Gitana, Morena, Tasuga, Tudanca, Ligera, Valenciana, Liebre, Chata, Compuesta, Preciosa, Linda, Airosa, Manchega, Sandunguera, Salerosa, Rubia, Morena, Holandesa, Parda, Bonita, Bardina, Pinta, Cariñosa, Sevillana, Estrella, Palmera, Curiosa, Muñeca, Maravilla, Romera, Mocha, Blanca, Mora, Galana, Belfa, Reina, Princesa, Roja, Violeta o Majita.
Además del clásico “titi” a los perros se les otorgaba una identidad para toda su vida, basada en nombres cortos para que les fuera más fácil aprenderlos: Loby, Lobo, Moro, Tor, Can, Nerón, Laica, Fiel o Tintín.
Ya cada cual con su identidad ( su nombre), se convertía ésta en un estímulo discriminativo para el seguimiento de instrucciones: “Miguel, ven” y Miguel venía.” Parda, cela” y la vaca parda giraba, uncida al arado, al finalizar el surco. Y todo eso a pesar de la reflexión de Julieta:
Julieta: ¿Qué hay en un nombre?
Lo que llamamos rosa
bajo otro nombre
tendría igual fragancia. (Romeo y Julieta, Acto II, Esc. III) William Shakespeare.