El (otro) estado de las cosas.
Mientras nuestros representantes políticos debaten estos días sobre profundas cuestiones del Estado, la nación, el país e, incluso, del mundo y del universo, los ciudadanos, villanos y aldeanos se baten en la vida cotidiana con problemas, dificultades y otros asuntos que casi nunca, ni siquiera de refilón, se tocan en las altas esferas. No hablarán los políticos de la ausencia, real o percibida, de relaciones sociales satisfactorias; la ansiedad; la depresión; el insomnio; el abuso de sustancias para alterar el estado de conciencia; la timidez; la anorexia; la bulimia; la obesidad; el negativismo; la prepotencia; la provocación; la baja tolerancia a la frustración, los estallidos emocionales, la baja autoestima; las disfunciones sexuales; el fracaso escolar…..y tampoco debatirán de todo un cúmulo de cuestiones no resueltas, provocadas por la ideología del capitalismo consumista, muy interesado en el mantenimiento de unos sujetos fragmentados, móviles, efímeros, ingenuos, capaces de sentirse fuente creadora de sus propios gustos, sin darse cuenta de que el sistema de producción permite satisfacer las preferencias que previamente les hace tener como consumidores. Ni discutirán de los problemas de unos individuos postmodernos, informados, con ingentes masas de datos que han ido anulando todo un saber práctico de sentido común, de modo que no saben qué hacer en asuntos en los que las generaciones anteriores no tenían dudas. (alimentación, salud, educación de los hijos o relaciones interpersonales).
Ni se plantearán las dificultades de sujetos alineados que confunden el medio con el mensaje; la ficción con la realidad; el anuncio con el producto; la estética con la ética; el consumidor con la persona y las palabras con las cosas.
No lo harán porque, posiblemente, ellos y nosotros estemos igual de divididos, alienados, fragmentados y compartamos, en buen amor y compañía, la esquizofrenia de haber perdido el norte.