el cazurro ilustrado

29 mayo 2006

Posturas ante la muerte.

Cuenta Cicerón que las sacerdotisas griegas tenían la costumbre de no pisar el suelo el día que debían celebrar grandes sacrificios. Acudían a los templos portadas en brazos o en carros; si alguna ponía sus pies en el suelo no podía realizar el sacrificio. Los hijos de una de ellas la llevaban en un carro tirado por dos animales. Antes de llegar, de repente, cayeron las dos bestias muertas. Como mejor solución, los hijos se uncieron al carro y llevaron a su madre al templo. La gente que veía lo que hacían aquellos hijos por su madre, admirados, les consideraron merecedores de grandes premios. Su madre también lo creyó así y cuando acabó la ceremonia rogó a los dioses que dieran a sus hijos lo mejor que dan a sus amigos. Los dioses contestaron que estaban muy contentos de poder complacerla. Los dos hijos se acostaron a dormir muy sanos y tranquilos y amanecieron muertos. Con amargo dolor se quejo la madre a los dioses por haber cometido tal atropello, pero los dioses le respondieron que no había ninguna razón para la queja: “pues te dimos lo que pediste y pediste lo que te dimos”. La mayor venganza que tienen los dioses con sus enemigos es dejarlos vivir mucho tiempo y el mayor honor, que guardan para sus amigos, es hacerlos morir pronto.
Platón dice en “Fedón”: “Por más que se diga de un individuo, desde que nace hasta que muere, que vive y que es siempre el mismo, en realidad no se encuentra nunca en el mismo estado ni en la misma envoltura, sino muere y renace sin cesar en sus cabellos, en su carne, en sus huesos, en su sangre, en una palabra, en todo su cuerpo, y no solamente en su cuerpo, sino también en su alma; sus hábitos, costumbres, opiniones, deseos, placeres, penas, temores y todas sus afecciones no permanecen nunca los mismos; nacen y mueren continuamente"