el cazurro ilustrado

24 mayo 2006

Maestros ganaderos y aprendizaje animal.


De la observación mantenida a lo largo de cientos de años, los maestros ganaderos aprendieron que los animales temen lo novedoso, se habitúan a las rutinas y tienen buena memoria. Descubrieron también que los animales que tienen unas experiencias agradables son más fáciles de educar que aquellos que vienen de una historia de trato agresivo. Intuyeron que tanto los factores genéticos como la experiencia influyen en la forma en que un animal reacciona al contacto con humanos. Su buena comprensión de los patrones de comportamiento natural facilitó la enseñanza. Así pues, en primer lugar seleccionaron genéticamente a los que tenían características manejables y sumisas, y luego se centraron en los procesos educativos. La asociación de estímulos antecedentes para elicitar comportamientos y el manejo de estímulos consecuentes reforzantes y/o punitivos para mantener o extinguir conductas se hizo tan bien o mejor de lo que dictan los manuales.
Los saltimbanquis enseñaron a los osos, desde muy pequeños, a bailar al son de la música que tocaban poniéndoles sobre una chapa muy caliente; al contactar sus pezuñas sobre ella, saltaban para no quemarse, a la vez que sonaba la música. Después de varios ensayos, al oír la música el oso saltaba, aunque la superficie sobre la que se apoyaba no estuviera caliente. De igual manera se enseñó a los animales a frenar sus impulsos naturales y a mostrar un bagaje cultural fruto del aprendizaje.
Si una vaca se escapaba corriendo como alma que lleva el diablo, le colgaban del cuello un palo que se introducía entre las patas delanteras, los movimientos bruscos hacían que el palo golpeará con fuerza y el animal ralentizaba la marcha. Unos días eran suficientes para que, ya sin el colgante, no volviera a escaparse.
El paso de la alimentación materna a comer hierba traía consigo un comportamiento inadecuado en la mayoría de las terneras. En vez de pacer la hierba, optaban por mamar a las hembras adultas. Entonces se les ponía en el morro una cinta con puntas hacia arriba, para que en el intento pincharan las ubres. Ante este estímulo doloroso, la vaca adulta soltaba una tremenda coz y rápidamente, en un aprendizaje colaborativo sin precedentes, la hembra adulta aprendía que no debía dejar acercarse a las crías y éstas que era peligroso tocar las ubres aunque estuvieran rebosantes y apetitosas.
Las cabras salían de los establos en abril y no retornaban hasta las primeras nieves, su autonomía era casi total; conseguían el agua y el alimento sin ninguna guía, pero a su dieta había que añadir sal. Bastó la asociación del ruido peculiar del golpeo de dos latas con el vital elemento ( sal) para que, aunque estuviesen muy lejos, acudieran rápidamente a por el suplemento dietético al oírlo.
Un silbido fue suficiente para que las ovejas se quedaran expectantes sabiendo que llegaría el perro a marcarles el rumbo. El mismo silbido indicaba al perro su tarea; cuando la ejecutaba bien recibía un agasajo y cuando se equivocaba, una reprimenda; así fueron moldeando los comportamientos animales hasta hacerlos funcionar con una precisión cercana a la de las personas.