el cazurro ilustrado

09 abril 2006

Cielo e infierno, refuerzo y castigo.


Los pueblos de la antigüedad, aunque tenían múltiples dioses, ni temían el infierno ni esperaban la gloria del cielo. Sus objetivos eran terrenales y buscaban la ocasión para que les recordaran, ponían sus esfuerzos en ganar guerras, en lograr méritos, en destruir a sus enemigos y conquistar tierras para coronarse de fama y de admiración en este mundo. Llegado el cielo y el infierno, a través de las religiones más evolucionadas, las consecuencias de las acciones humanas ya no ocurren en este mundo, sino después de la muerte de los individuos. Se exige, a partir de entonces, un encadenamiento de comportamientos “virtuosos” encaminados a llegar a los cielos, pero una ruptura en cualquiera de los eslabones de la cadena, supondría encontrarse a las puertas del infierno. Se rompe la contingencia espaciotemporal entre los actos y las consecuencias, se entrenan los sujetos a diferir el refuerzo y el castigo, por lo que, para tener cierta eficacia, es necesario un premio o castigo simulado o representado; llegan entonces rituales como los de la semana santa, pasión y muerte, resurrección y gloria, encaminados a mantener las conductas “virtuosas” de los creyentes con el recuerdo del infierno tan temido y el cielo tan deseado. Sin embargo, las contingencias inmediatas del entorno moldean más eficazmente a los individuos que las fiadas a tan largo plazo, aunque su justificación sea otra. Dicho de otro modo: San Ignacio lavaba el caballo para mayor gloria de Dios y Don Quijote, porque estaba sucio.