el cazurro ilustrado

05 abril 2006

Misses y misters.


Finalizando marzo se eligieron, en una gala de lujo, a miss y mister España. La empresa organizadora presume de participar en diferentes concursos internacionales (Miss Universo, Miss Europa, Miss/ Mr. Mundo, Miss Internacional) y amenaza con poner en marcha un concurso de niños/as que se denominará “baby España”. Sin ánimo de exagerar, parece que se mofan y burlan los guapos de los feos, los grandes de los pequeños, los sanos de los enfermos, los blancos de los negros y los gigantes de los enanos; pero no todo aquel o aquella que tiene el cuerpo perfecto, es perfecto en obras, porque puede ser recto de espaldas y retorcido en costumbres o romo en inteligencia.
Julio César estaba muy mal proporcionado, calvo, de nariz aguileña, tenía una mano más corta que la otra, la cara arrugada y amarilla desde joven y, sin embargo, con sólo oír su nombre, muchos hombres y mujeres hermosas perdían el color del rostro.
A Aníbal le llamaban monstruo por sus hazañas y porque era tuerto, cojo, cejijunto y hasta pequeño de estatura; sus valerosas conquistas se estudian en todas las Historias.
De Alejandro Magno se dice que tenía la garganta pequeña, la cabeza grande, la cara verdinegra, los ojos turbios, el cuerpo pequeño y los brazos y las piernas desproporcionados; con esa fealdad o falta de hermosura, destruyó a Darío, rey de los Persas y los Medos, cautivó a muchos reyes, saqueó las arcas de muchos pueblos y casi todos los habitantes de la tierra temblaban ante él sin atreverse a contradecirle ni una sola palabra. Aunque no hay mujeres feas, sino bellezas extrañas; raras hermosuras hubo en Cleopatra que presentaba una estructura bastante dura, una nariz aguileña de acusada punta y aletas gruesas, con mandíbulas y labios prominentes y, probablemente, el bocio adornaba su cuello, fue reina única y absoluta de Egipto y de los corazones de los hombres que le apetecieron.
Ana de Mendoza, princesa de Éboli, tuerta y con un parche cubriendo el cuévano del globo ocular, tejió cuantas pasiones quiso alrededor de Felipe II, teniendo a sus pies la cabeza del más grande imperio.
Isabel I de Inglaterra e Irlanda tenía más de ochenta pelucas, al quedarse completamente calva antes de los treinta años; gobernó con gran prudencia y habilidad; era fría, lúcida, inteligente y culta. Cuando intentaron que se casara dijo que ya tenía un esposo: el reino de Inglaterra y que todos sus súbditos eran sus hijos.
Mírense en ellos y en ellas los desgraciados y las poco agraciadas en hermosura y deduzcan, por ejemplo, que debajo del hielo cristalino se esconde el río más peligroso y tras la piedra labrada puede criarse la víbora más ponzoñosa. Debajo de cuerpos hermosos y de rostros muy bellos pueden esconderse muchos y muy horrendos comportamientos (y viceversa).