Por la boca muere el pez.
Se dice que en esta sociedad el bien más preciado es la información y en conseguirla empeñamos mucho tiempo. No importa que sea irrelevante, falsa, interesada o malediciente, el caso es obtenerla. Muchos espacios dedican los medios de comunicación a trasmitirla: debates, entrevistas y tertulias en las que los invitados se dedican a burlarse, a reírse y a mofarse, despellejando a los vivos con falsos testimonios e, incluso, desenterrando a los muertos con grandes infamias. Un filósofo, que se apartó de los hombres para vivir en las montañas con el riesgo de ser devorado por los fieros animales, argumentó su postura diciendo: “Las bestias fieras no tienen más que los dientes para despedazarme, mas los hombres con todos sus miembros no dejan de ofenderme; a saber, con los ojos se mofan de mí, con los pies me cocean, con las manos me lastiman, con el corazón me aborrecen, y con la lengua me infaman; de manera que cualquier hombre vive más seguro entre los animales brutos, que no entre los hombres maliciosos y maledicientes.”
Cuánta razón había en sus palabras, porque el saber hablar viene determinado por la sociedad, pero el saber cuándo, cómo y qué decir lo determina la cordura y ésta depende de haber aprendido no a hablar sino a callar.
Dominan los que, habiendo aprendido a hablar, ni sus propios defectos saben callar y tienen como oficio pregonar los ajenos.
Decía Platón que te haces esclavo de aquel al que revelas un secreto y mi abuela aseguraba que no hay mejor palabra que la que queda por decir. Por la boca muere el pez.