La perversión del psicodiagnóstico.
La perversa vuelta de tuerca que se ha dado, desde posiciones biologicistas o mentalistas, a la conducta humana, es de tal magnitud, que se sobredimensiona el diagnóstico “médico-psiquiátrico” a partir de intuiciones, metáforas o simples correlatos; por eso no está de más parafrasear a Miguel Siguán cuando afirmaba: “ Y si el psicólogo (y el psiquiatra y el psicopedagogo y cuantos se dedican al etiquetado ) se callasen y se marchasen con sus técnicas a otra parte?. A veces ciertamente sería mejor. Desde el momento que alguno de éstos emite su diagnóstico, el niño recibe la etiqueta de retrasado, discapacitado, deficiente mental –ligero, medio, profundo-o minusválido y esta etiqueta va a influir notablemente en su situación presente y en su destino futuro. La conciencia de este hecho y el convencimiento de la extraordinaria pobreza e inseguridad de las técnicas de diagnóstico debería llenarles sino de santo temor, al menos de santa prudencia a la hora de proponer un diagnóstico”. Cuando se habla de deficiencia intelectual, retraso mental o cualquier otra categoría diagnóstica referida al comportamiento infantil, se propone a los niños cercados por límites inherentes a ellos. De ahí el valor de Skinner, afirmando que los límites que les rodean radican en nosotros. Si el comportamiento es función de sus consecuencias, entonces el comportamiento del niño etiquetado se encuentra limitado solamente por nuestro esfuerzo y habilidad para aplicar, de forma contingente, las infinitas consecuencias potencialmente disponibles para mejorarlo. Todo lo demás son glorias o miserias “celestiales”.