el cazurro ilustrado

18 marzo 2006

Ni hombre loco libre, ni mujer prudente sierva.


De los dos posts anteriores parece deducirse que la mujer era considerada como inferior al hombre y que así fue tratada en algunas naciones antiguas; pero, a la vez, también hubo quienes la defendían, diciendo que la mujer tenía cuerpo como el hombre, tenía alma como el hombre, tenía razón como el hombre, vivía como el hombre, moría como el hombre y era apta y nacida como el hombre, por lo que mantenían que el hombre no debía tener ningún dominio sobre ella. Alegaban que las personas a las que la naturaleza hizo libres, ninguna ley las podía hacer esclavas. Decían los defensores de la mujer que los dioses nos habían creado para aumentar la generación humana y, en esta materia, más parte tenía la hembra que no el varón, ya que el hombre solamente tiene aptitud para engendrar, y esto sin peligro y sin trabajo; pero la mujer pare con peligro y cría con trabajo. Por esta razón les parecía gran inhumanidad y aún mayor crueldad, que las mujeres, que criaban con sus pechos y parían de sus entrañas, fueran tratadas como siervas. También razonaban que los hombres eran los que se organizaban en bandos, levantaban sediciones, sustentaban guerras, andaban enemistados, traían armas, derramaban sangre y lanzaban todos los insultos e injurias posibles, de estas cosas estaban libres las mujeres, ya que ni tenían bandos, ni mataban hombres, ni asaltaban en los caminos, ni traían armas, ni derramaban sangre. Observaban que la misma prisa que se daban los hombres en matarse, se daban las mujeres en parir. Siendo esto así, más razones había para que fueran mandados los hombres, pues disminuían y perjudicaban a la república; que no las mujeres, que eran quienes la aumentaban; porque, aseguraban, no manda ninguna ley divina ni humana que el hombre loco sea libre y la mujer prudente sea sierva.
Conformes con estas opiniones y fundados sobre estas razones , hubo pueblos que tuvieron la costumbre de que los maridos obedeciesen y las mujeres mandasen, según dice Plutarco en el libro De Consolatione, de manera que el marido barría la casa, hacía la cama, lavaba la ropa, ponía la mesa, aderezaba la comida e iba por agua; por el contrario, la mujer gobernaba la hacienda, respondía a los negocios, tenía los dineros y, si se enojaba ella, no sólo le decía palabras injuriosas, sino que incluso ponía en él las manos airadas.