Mismos problemas, diferentes soluciones.
La inmigración es un tema que, a veces, desborda y se convierte en un problema con propuestas de solución dispares y/o disparatadas. En tiempos de Catón, cuando alguien quería ser vecino de Roma, el examen que le hacía era este: no le preguntaba de dónde era, quién era, de donde venía, por qué venía, ni de qué linaje descendía, sino que le cogía las manos entre sus manos y si las tenía blandas, claro indicio de hombre vago y vagabundo, lo despedía rápidamente; y si duras y llenas de callos, lo asentaba como vecino de Roma. No contento con esto, cuando sus oficiales prendían algún malhechor y le metían en la cárcel, en lugar de información, lo primero que hacía era cogerle las manos y si las tenía de hombre trabajador, aunque el crimen fuese grave, templaba el castigo; si por el contrario, el triste preso tenía las manos de hombre ocioso, por pequeño que fuese el delito, le daba una pena muy grande. Solía decir muchas veces: «Hombre que tenga buenas manos no puede ser de buenas costumbres.» Y otras veces decía: «Nunca castigué a labrador que luego no me pesase, ni azoté a vagabundo que después no me alegrase.».