Cuando el hombre perdió el seso.
Cuando la hembra humana cambió el estro por la menstruación , el macho humano perdió la cabeza. Hasta entonces, sus relaciones sexuales vendrían marcadas por los periodos fértiles de la hembra, fácilmente identificados por el macho a través de las feromonas. La cópula era un disparo certero hacia la procreación y fuera de estos periodos no había ninguna obsesión, ni siquiera preocupación, por el sexo. Cada cual se dedicaba a idear acciones e instrumentos para el mejor sometimiento de la naturaleza. La desaparición del estro hizo de los machos seres errantes y promiscuos, dedicados a una continua búsqueda de coitos y apareamientos, intentando pasar a la siguiente generación el mayor número de genes propios.
Las hembras, aunque tuvieron que hacerse cargo del cuidado de la prole, se libraron de rivalizar para reproducirse, además, supieron, sin posibilidad de engaño, que sus hijos eran suyos. Una certeza que los machos no pudieron tener, la paternidad se produjo por tanteo. Ningún macho pudo estar seguro de que en los hijos de su pareja sobrevivían sus genes. El plan del macho fue buscar el mayor número de coitos, con el mayor número de hembras, para conseguir en esa rifa genética un buen lote de crías suyas. Ya no tuvo tiempo de usar la cabeza (para otras cosas).