La mujer elegía, el hombre creía que lo hacía.
En el post anterior dejamos al macho humano errante y promiscuo, dedicado a la búsqueda de una hembra con la que mantener coitos y apareamiento y a la hembra esperando plácidamente el galanteo de sus pretendientes. En la espera y en la elección desarrollaron las féminas diversos criterios de selección: si era vulgar, sería muy aburrido; si de alta alcurnia, presuntuoso; si rico, vicioso; si pobre, codicioso; si trabajador, atrevido; si cobarde, infame; si muy callado, necio; si muy hablador, mentiroso; si hermoso, deseado; si feo, celoso. Ya en las relaciones, pensaron las mujeres que si no las amaba, sería necio; si las amaba, sería liviano; si las dejaba, sería cobarde; si las seguía, sería un perdido; si las servía, no le estimaban; si no las servía , le odiaban; si las quería, no le querían; si no las quería, le perseguían; si las frecuentaba, sería infame y si no las frecuentaba, sería menos que hombre. Pero el macho, en una demostración más de su poca cabeza, creyó que era él quien elegía, cuándo, cómo y con quién mantenía relaciones. ¡ Inaudito!.