Bienestar en píldoras.
Pero no son sólo algunos libros los que nos aseguran tocar la felicidad con las manos. Los psicofármacos se nos ofrecen como un remedio general para el agobio inespecífico, que arreglan todos los malestares: si un niño no acepta la disciplina escolar, con Nemactil o Concerta o Rubifen seguro que se adapta mejor; si la familia es incapaz de contener el malestar del trabajo de puertas para adentro, un ansiolítico podrá hacerlo más llevadero; si la ancianidad en estos tiempos es una cruz, unas píldoras la harán menos escandalosa.
Los psicofármacos pretenden asegurar a la población contra toda clase de desgracias: si las condiciones de trabajo y vida no son las indicadas para tu bienestar, a tí, vulnerable individuo, a quien te agobia tu vida; los psicofármacos te ofrecen bienestar y salud mental. Es decir, píldoras para alcanzar esa bienaventuranza llamada salud, enseñándote la forma correcta de vivir con salud “mental”. Más allá del tratamiento del dolor, la depresión o el insomnio, los nuevos mercaderes de la farmacopea nos ofertan cómo estar en forma para trabajar más, o cómo follar mejor con la Viagra, o cómo ser más positivos en nuestra percepción del entorno, en una apuesta por dimitir de cualquier deseo de cambiarlo, a cambio de que deje de resonar el organismo, lleno de endorfinas que nos harán felices, a pesar de la dureza de nuestras contingencias.
Y la última, mientras esto escribo, oigo que un grupo de investigadores de Wincosin acaba de descubrir que la obesidad se contagia. Me apuesto lo que queráis que en breve un fármaco acabará con el contagio.