el cazurro ilustrado

01 febrero 2006

Evolución de la salud rural.


Si hace cincuenta años era impensable que alguien padeciera un trastorno de ansiedad (de hecho, “ansioso” significaba “tener ambición inmediata desmedida”) ahora los servicios de salud atiborran a la tercera edad de ansiolíticos y antidepresivos con criterios de moda urbana que en este entorno no funcionarán jamás.
Si hace cuarenta años cada tiempo de ocio se dedicaba a descansar y ahorrar una energía indispensable, ahora se recomienda andar (pasear) ocho kilómetros diarios para consumir el maldito colesterol que se acumula en las arterias y, al amanecer o al atardecer, salen, ya no con alpargatas, sino con deportivas de marca, por la carretera comarcal, esquivando y jugándose la vida entre peligros más evidentes y menos evaluados: los coches de los domingueros que cada fin de semana ponen campamento en los prados donde deben pastar vacas.
Si hace treinta años la dieta monocorde a base de grasas saturadas, pan negro y verduras que hoy solo se usan para alimentar a los cerdos, les permitía llegar a una edad avanzada en perfecto estado de salud, hoy variadas dietas bajas en calorías y elementos tóxicos, con oligoelementos y vitaminas, obligan a los habitantes a vacunarse contra la gripe, a espulgar catarros con productos farmacéuticos y a pasar por los ambulatorios a hacerse análisis de sangre y orina con el fin de descubrir donde está el fallo que provoca un mal funcionamiento corporal.
Si en todo el tiempo anterior la gente perdía la cabeza, ya no volvió a ocurrir; por el contrario, aparecen brotes esquizofrénicos, demencias seniles y trastornos bipolares. Si el tratamiento había sido la búsqueda de lo perdido, bien en solitario o con la compañía de familiares y amigos, desde este momento las terapias fueron mucho más agresivas, a base de electrochoques, haloperidol y/o risperdal, sin que falten las psicoterapias de la más diversa índole.

Esta mejor organización sanitaria consigue, por una parte, que la gente se muera antes, pero de causas conocidas y justificadas y, por otra, incrementar el vocabulario sobre la salud a niveles de experto. Nunca más nadie volvió a morirse de un pampurrio, o de un torzón o de un mal aire, o de pena, o de una calentura, o porque ya no le apetecía vivir, ahora, en cambio, se mueren de aneurismas, de cánceres variados, de trombosis o de neumonías más o menos evidentes.