el cazurro ilustrado

08 octubre 2017

De lobos y pastores.

Según cuenta Plutarco, mucho antes de que Solón ( 638 adc-558 adc) dictara leyes a los griegos, ya éstos tenían declarada la guerra a los lobos. Grecia era un país más adecuado para la pastura que para el cultivo por lo que abundaban los que se dedicaban al pastoreo y a la ganadería, siendo el lobo enemigo mortal de su negocio. Solón estableció que al que presentase un lobo muerto se le dieran cinco dracmas y un dracma al que presentase un lobezno. Cinco dracmas equivalían al valor de un buey y un dracma al de una oveja; así que un buey valía cinco ovejas.
Desde tiempo inmemorial, siendo la montaña leonesa más propia para el ganado que para el cultivo, también se tenía declarada la guerra al lobo y a falta de una ordenanza como la de Solón, era costumbre que quien matara un lobo, lo colocara a lomos de una caballería y recorriera los pueblos para que los ganaderos le recompensasen con lo que estimasen oportuno en función de los posibles daños evitados, calculando la ferocidad por el tamaño de la alimaña.
Así estuvieron las cosas hasta que desde los lejanos centros legislativos se dictaron leyes contrarias a Solón y al derecho consuetudinario impidiendo que el pueblo se tomara la justicia por su mano y dejando impunes los crímenes del lobo; pero cuando algún ganadero pilla al lobo con las fauces en las cabras, no puede olvidar la guerra declarada y, si lo tiene a su alcance, le dispara. Comprueba después los daños hechos al rebaño y, lejos de buscar el elogio de sus vecinos, oculta su hazaña como si de un brutal asesinato se tratara.

Resulta entonces que algunas leyes han evolucionado tanto que se han vuelto del revés, proponiendo a los lobos como pastores de las ovejas y, probablemente, a zorros como guardianes de las gallinas.