Otros timos: pseudociencias, ocultismo y Griales.
Las
personas tienen derecho a creer en lo que les apetezca, pero también tienen
derecho a saber que las pueden estar engañando. Un 15% de la población recurre
a curanderos cuando tiene algún problema de salud; entre la cuarta parte y la
mitad de los españoles tiene alguna creencia esotérica; las dos principales
revistas ocultistas de España venden más de 50.000 ejemplares mensuales, los
echadores de cartas y expertos en artes
adivinatorias se anuncian por doquier. La lista de este tipo de datos es muy
larga, lo cual es preocupante, por lo menos para aquéllos a los que una cierta decencia intelectual les
impide “creérselo todo” . Y ya, para mejor apoyo a las pseudociencias, nuestra concejala de
cultura, profesora universitaria y descubridora de que el santo Grial está en
león, organiza unas jornadas sobre
ocultismo.
Aunque
vivimos en la era de la tecnología y la globalización, es evidente que el pensamiento
mágico invade los rincones más remotos de nuestra vida: las supersticiones, el
deslumbramiento por lo "maravilloso" o lo "sobrenatural",
el temor a lo desconocido... son todas dimensiones habituales de la existencia
humana, que en nuestro tiempo pueden recubrirse fácilmente con un barniz
falsamente científico. En este sentido, recuperar algunas pautas elementales
del verdadero pensamiento científico puede ser un camino útil para salvar a
nuestra razón del disparate de la magia.
Todas pseudociencias se basan en el rumor, el
testigo aislado o la teoría incomprobable, y nunca en experimentos
reproducibles o leyes naturales conocidas. Pero la gente sigue consultando las
cartas del tarot, acudiendo a sesiones para hablar con sus muertos y comprando
los libros de Charles Berlitz sobre el Triángulo de las Bermudas. ¿Por qué?. La
respuesta no es sencilla, porque los factores que se conjugan son muchos y
variados. Probablemente el principal es la necesidad del ser humano de escapar
a un mundo dudoso, de intentar huir de sus miserias cotidianas; las personas
necesitan, como dijo Asimov, unas faldas a las que agarrarse. Y nada mejor que
un universo poblado por seres que nos traerán la salvación y una era de
prosperidad, adivinos que nos pueden contar el futuro que tanto nos aterra, o
montañas mágicas en las que hay siempre tesoros por descubrir. Esto no es
nuevo, antes que los extraterrestres existieron los espíritus, y antes las
brujas, y antes aún los dioses de la lluvia y del trigo, las sirenas y los
minotauros. Sólo que en esta era de tecnología las hadas adoptan nuevos
disfraces y vienen en brillantes platillos.
Otro
factor de importancia es la adhesión a las pseudociencias como un símbolo de
oposición a la ciencia verdadera. Actualmente cualquier avance científico es
casi incomprensible para el público medio, que se ve atrapado en un mundo que
escapa a su control , y esto genera desconfianza y rechazo. Además aprender
ciencia no es fácil, y no abundan los buenos divulgadores; para una persona que
no esté versada en geología es mucho más atractivo el mito de la Atlántida que
las implicaciones de la Tectónica de Placas. Y no debemos olvidar que el
espíritu crítico está completamente ausente en las escuelas y universidades:
los conocimientos y teorías se explican como verdades absolutas, sin
oportunidad para que el alumno dude; esto acaba convirtiendo a la ciencia en
otra religión más a los ojos de muchos creyentes en las pseudociencias.
Unido
a esto, nos encontramos con otra creencia que facilita una actitud grosera ante la ciencia y ante los
científicos. Se cree, en amplias capas sociales, que el Barcelona fútbol
club gana el domingo el partido porque
Messi es muy inteligente y en cambio se piensa que Einstein formuló la teoría
de la relatividad por una simple casualidad.