Consuelo (si es posible) para los mejicanos y para los afectados por terremotos.
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Nos aconseja: “Si
quieres no temer nada, piensa que todo debes temerlo: mira en derredor, y verás
qué poco se necesita para destruirnos. Ni la comida, ni la bebida, ni la
vigilia, ni el sueño, son saludables, sino en determinada medida. Comprendes
que nuestros cuerpos son endebles y frágiles, pudiendo destruirlos ligero esfuerzo.
Para que haya peligro de muerte, ¿se necesitará nada menos que terremotos,
hundimientos del suelo y repentina formación de abismos? En mucho se estima el
que teme más que a otra cosa el rayo, los terremotos y agrietamientos del
suelo. ¿No será mejor que el que se convenza de lo poco que somos, tema más la
pituita? ¿Tan felizmente hemos nacido, nos han dado miembros tan robustos y
estatura tan elevada, que no podamos perecer si el mundo no tiembla, si el
cielo no lanza el rayo, si la tierra no se abre debajo de nuestros pies? Un mal
en la uña, y no digo en la uña entera, la más pequeña escoriación, basta para
destruirnos; ¿y temeré yo los temblores de tierra cuando una flema puede
ahogarme? ¿Temeré que el mar salga de su lecho; que el flujo, más impetuoso que
de ordinario, traiga mayor cantidad de agua a la orilla, cuando se han visto
hombres ahogados por una bebida que ha penetrado mal en las fauces? ¡Cuán
neciamente temes al mar, si sabes que una gota de agua puede ahogarte!. El
mayor consuelo de la muerte consiste en la necesidad misma de morir, y nada nos
robustece tanto contra los peligros que nos amenazan por fuera como la idea de
los numerosísimos que se albergan en nuestro propio seno. ¿Qué mayor demencia
que desfallecer al fragor del trueno, y arrastrarse bajo tierra por temor
al rayo? ¿Qué hay más necio que temer la conmoción y caída repentina de las
montañas, las irrupciones del mar empujado fuera de sus límites, cuando la
muerte está presente en todas partes y por todas ellas amenaza, no habiendo
nada tan exiguo que no baste para la destrucción del género humano?”
Y da una visión “positiva” de la muerte en un cataclismo: “Lejos de consternarnos por estos trastornos, lejos de creerlas más terribles que la muerte ordinaria, todo lo contrario, puesto que es necesario salir de la vida y exhalar alguna vez el espíritu, afanémonos por perecer en una gran catástrofe. Necesario es morir en tal o cual paraje, más pronto o más tarde. Aunque esta tierra permanezca firme, aunque nada pierda de sus límites, aunque ningún cataclismo la trastorne, no dejará de estar sobre mí algún día. ¿Qué importa, pues, que la arrojen o que ella se arroje por sí misma? que rasgados por no se qué fuerza poderosa, se abran sus costados y me precipiten en inmensos abismos, ¿qué importa? ¿Es más suave la muerte en la superficie? ¿Puedo quejarme si la naturaleza no quiere que descanse en paraje ignorado, si me sepulta en una parte suya? Egregiamente dice nuestro Virgilio en aquel verso:
Si hay que caer, yo quiero caer del cielo
Nosotros podemos decir lo mismo. Si es necesario caer, caigamos cuando el orbe se quebranta; no porque deban desearse los desastres públicos, sino porque es motivo grande para resignarse a la muerte, ver que la naturaleza misma es mortal.”
Y da una visión “positiva” de la muerte en un cataclismo: “Lejos de consternarnos por estos trastornos, lejos de creerlas más terribles que la muerte ordinaria, todo lo contrario, puesto que es necesario salir de la vida y exhalar alguna vez el espíritu, afanémonos por perecer en una gran catástrofe. Necesario es morir en tal o cual paraje, más pronto o más tarde. Aunque esta tierra permanezca firme, aunque nada pierda de sus límites, aunque ningún cataclismo la trastorne, no dejará de estar sobre mí algún día. ¿Qué importa, pues, que la arrojen o que ella se arroje por sí misma? que rasgados por no se qué fuerza poderosa, se abran sus costados y me precipiten en inmensos abismos, ¿qué importa? ¿Es más suave la muerte en la superficie? ¿Puedo quejarme si la naturaleza no quiere que descanse en paraje ignorado, si me sepulta en una parte suya? Egregiamente dice nuestro Virgilio en aquel verso:
Si hay que caer, yo quiero caer del cielo
Nosotros podemos decir lo mismo. Si es necesario caer, caigamos cuando el orbe se quebranta; no porque deban desearse los desastres públicos, sino porque es motivo grande para resignarse a la muerte, ver que la naturaleza misma es mortal.”