Julio César y las mascotas.
Cuenta Plutarco que paseaba César por Roma y se encontró unos forasteros ricos que
llevaban en brazos a perros y a monos. Asombrado ante tal comportamiento, les
preguntó que si en su país las mujeres no parían niños, ya que le parecía que la inclinación natural de los humanos se
encamina al amor y al afecto familiar. Sin salir de su asombro, constató que
muchos hombres y mujeres, debiendo la ternura y el cariño sólo a los de su
especie, sin saber por qué y sin motivos aparentes, los trasladaban a las
bestias.
Censuró estas relaciones, considerándolas un espectáculo
indigno que hacía caer en el olvido las cosas bellas y útiles.
Si César se paseara hoy por cualquiera de nuestras ciudades
y viera a los perros vestidos con traje de lana o tergal, a los gatos saliendo
atusados de las peluquerías en brazos de sus dueños o el culto y trato dado a
los numerosos animales que tienen los habitantes de la urbe, su indignación aumentaría; sobre todo
si descubriera, además, que esas sublimes relaciones que se mantienen con los
brutos, se niegan sistemáticamente a crías humanas: alrededor de la mitad la
infancia del planeta carece de los bienes y servicios básicos. Millones de
niños y niñas están desnutridos, sin agua, ni acceso a los servicios básicos de
salud y educación; mientras que las
mascotas disfrutan, no ya de alimentos enriquecidos con vitaminas y minerales,
sino de clínicas de cirugía estética y hasta hoteles de lujo para pasar sus
vacaciones.